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Andan las grúas estos días arrancándonos de nuestras raíces algunos de los últimos quioscos que quedaban en pie a estas alturas de la película, orgullosos ... supervivientes de una entrañable especie, que aún se atrevía a plantarle cara desde la acera al transcurso del tiempo, a la vorágine del progreso, a las ofertas de internet o a los poderosos mandobles de las grandes superficies. El quiosco del paseo Canalejas, el del paseo de la Estación o el mío, en la plaza del Oeste, son los últimos guerreros caídos en batalla, que entregan las armas y sus garitas. Los vemos en volandas camino del cementerio, aún con el quiosquero dentro, como un fantasma que grita sin que nadie le escuche, igual que López Vázquez en La Cabina, aquel claustrofóbico corto de Mercero.

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