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Plumas mejores que la mía, aceradas y astifinas, han abordado desde estas mismas páginas el caótico estado de nuestra administración. Esta lamentable circunstancia, fruto de ... una burocracia elefantiásica e insostenible se ha puesto de relieve, aún más si cabe, como consecuencia de la pandemia que parece haberlo trastocado todo, que nos tiene sumidos en la confusión y el desánimo, porque cada vez sabemos menos de ella y de los derroteros que pueda tomar. Ni siquiera la alocada carrera por la vacuna de Fierabrás es capaz de infundir más que un mínimo atisbo de confianza en medio de tantas incertidumbres.
Produce una enorme tristeza ver tantos locales cerrados en la ciudad. Negocios aparentemente prósperos antaño van echando el cierre de forma paulatina. Si otros, en cambio, resisten y no quiebran es por el oxígeno temporal que bombean los ERTE, las ayudas que les llegan a los autónomos, y otros recursos más o menos caritativos que de momento mantienen a flote una economía que está con el agua al cuello a la espera de los anhelados fondos europeos. Pero estos auxilios in extremis no le llegan a todo el mundo, en parte porque la maldita burocracia y la complejidad de la misma bloquea el acceso a las instituciones que deberían facilitar unos trámites que para muchos constituyen auténticos laberintos, cuando no verdaderos muros con los que estrellarse en forma de líneas telefónicas que nadie atiende o páginas web saturadas a las que es imposible acceder. Como complemento, proliferan las colas ante organismos que, cumpliendo protocolos, mantienen sus puertas cerradas a cal y canto. Cita previa, sí, pero sin posibilidad de acceder a ella. La pesadilla que se muerde la cola.
Uno de los vocablos más repetidos, aparte de quiebra, cese de negocio o traspaso, es “colapso” en sus acepciones de sustantivo, verbo y adjetivo. El país está colapsado, la administración está colapsada, las UCI pueden colapsar, etc. Y aquí entramos en un campo semántico de menor utilización salvo en contextos médicos: colapso nervioso, colapso mental, colapso cardiaco... Podríamos preguntarnos dónde están los factores de riesgo. La respuesta tiene que ver con los efectos derivados de la pandemia, que nos priva de alegrías y enturbia las menguadas esperanzas.
Vivimos en un perpetuo sobresalto y no cabe sino esperar que determinadas iniciativas lleguen a buen puerto. Por lo que a Salamanca se refiere, el Libro Blanco para el desarrollo que promueve LA GACETA es un buen principio que permitirá otear nuevas oportunidades, reafirmar otras ya asentadas y apuntalar la golpeada economía en sus diferentes vertientes: científica y tecnológica, agrícola, turística y empresarial en su más amplio sentido. La idea es plausible. El reto es viable. La necesidad es acuciante. Salamanca lo pide.
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