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El derbi de este domingo, como no podía ser de otra forma, ha vuelo a despertar pasiones. Los “pisteños” -como califican los ultras del Salamanca a los aficionados del Unionistas, por eso de haber jugado hasta este año en las Pistas anejas al Helmántico- van ... a dormir felices durante todas las navidades disfrutando de su liderato. Y los “engendristas” -como denominan los abanderados del fútbol popular a los seguidores del club poseedor del estadio de Salamanca de toda la vida- se lamerán las heridas que suponen llevar el farolillo rojo a las espaldas mientras comen polvorones.
Desde luego, el equipo propiedad del mexicano Manuel Lovato no tiene motivos para estar orgulloso. Solo ha ganado dos partidos en Liga en todo el año 2020 y se ha convertido en una auténtica trituradora de entrenadores, en cuyo desagüe siempre acaba apareciendo el multiusos Rafa Dueñas. La mano ejecutora del presidente ausente gusta de entrenar al equipo sin título oficial en España, con las consiguientes multas por parte de la Federación (allá ellos, el dinero es suyo), y ahora le ha dado por no querer hablar con este periódico ni permitir que los jugadores puedan hacerlo. Algo muy viejo en esto del fútbol cuando las cosas pintan bastos.
Los nuevos inquilinos del Reina Sofía también tienen sus cosas. La última, la tibia reacción ante el hecho de que varios jugadores y algún directivo fueran sorprendidos por la Guardia Civil en un piso de Castellanos de Moriscos sin mascarilla, sin distancia de seguridad, al mogollón, en horario de toque de queda... Vamos, en una fiesta en toda regla. Y encima, el entrenador, Hernán Pérez, se atreve a decir en rueda de prensa que si le aseguran que algún jugador de la fiesta iba a meter cinco goles en el derbi, lo ponía seguro. Pues no metieron cinco goles, pero uno de ellos fue titular y el otro saltó en la segunda parte y se llevó una tarjeta roja. Todo un ejemplo.
Pero, sinceramente, poco me preocupan ambos clubes. Soy uno de esos muchos aficionados futboleros que todavía sueñan con ver un único equipo defendiendo a la ciudad por los terrenos de juego de España.
El hecho de tener un chaval federado me hizo descubrir hace varios años el fútbol base, con sus muchas miserias -que también las tiene-, pero sobre todo con ese sentimiento de pertenencia y defensa de los colores difícilmente explicable en este mundo en el que el balón se enreda en el fango del negocio.
Y ahora, con la pandemia, como muchos otros padres, echo de menos los madrugones, las frías mañanas dominicales, en las que solo conseguías quitarte la tiritona aplaudiendo a rabiar a los jugadores del equipo en el que milita tu hijo.
Y ahora, con la tontuna que les ha entrado a nuestros dirigentes políticos con esto del coronavirus, descubro que ni siquiera van a poder empezar a jugar enero, según ha dicho la Junta.
Y ahora, como viene siendo habitual en la gestión de esta crisis, nos encontramos con alucinantes contradicciones que solo perjudican a los chavales. Mientras el deporte federado grupal no puede practicarse en categoría provincial, el juvenil regional sí puede hacerlo porque en él rige la normativa nacional, que es más permisiva. Mientras en municipios como Carbajosa, Santa Marta o Cabrerizos, los niños al menos pueden entrenar, en Salamanca el Ayuntamiento no permite el uso de sus instalaciones a los clubes hasta que no comiencen las competiciones. ¿Y qué han hecho algunos padres para que sus hijos no pierdan comba y maten el gusanillo? Pues apuntarlos a campus futbolísticos de invierno, que curiosamente sí pueden celebrarse. El galimatías de siempre llevado al fútbol base.
Como muchos otros padres, no puedo entender que nuestros hijos pasen horas en un espacio cerrado como el aula de un colegio y no puedan dar patadas a un balón con sus compañeros de equipo. Se están cargando a los cracks que salían todos los martes en LA GACETA.
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