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Es tiempo de mirar hacia adelante. Es lo que me digo todas las mañanas después de ver cómo crecen los casos y alcanzamos ese deseado ... pico, que desde mi ignorancia no sé qué quiere decir o si es un pico o una alta e insoportable planicie, porque lo cierto es que parece que una vez alcanzado, todo acabará y no es cierto.
Cada vez que salen los expertos, el ministro de Sanidad o el presidente del Gobierno, lejos de sentir alivio, me pongo a temblar. Porque no veo luz por ningún lado. Me transmiten más miedo del que ya le tengo al bicho invisible que nadie se pone de acuerdo cómo se transmite.
No sé si me tengo que poner la mascarilla y los guantes, asaltar a alguien para conseguirlos o si es peor usarlos porque por mi desconocimiento me puedo contagiar, como me han vendido hasta ahora los médicos y el señor experto de la chaqueta gris. Él no la llevaba y se ha contagiado.
Illa me dijo el lunes que cuando pasara el estado de alarma y empezáramos con la “desescalada”, ese “palabro” que se acaban de inventar, tendríamos que salir a la calle con la nariz y la boca tapadas. El problema es que no hay mascarillas para toda la población. Ni siquiera están accesibles para el personal sanitario o el de los servicios esenciales. Después de caer en la cuenta del problema de suministros -llevamos un mes así, pero se ve que en Moncloa ese problema no existe- ahora me dice Illa que ya no hay que ponerse mascarillas, que solo las deben llevar los que tengan síntomas para no contagiar. Y yo me pregunto: ¿por qué la semana pasada salió el presidente del Gobierno con una mascarilla?
Como no sé qué es lo que tengo que hacer, voy a copiar a los asiáticos, que van todos con mascarillas. Eso sí, cuando las pueda conseguir en el mercado negro o en el chino, aunque sean de pésima calidad.
Después me hablan de que los asintomáticos, que debemos ser el 80% de la población, somos un peligro andante, porque vamos contagiando el virus por todos los lados. Nos van a confinar en unas instalaciones, una especie de Arca de Noé, para que dejemos de ser un peligro para la humanidad. Pero acto seguido de meternos el miedo en el cuerpo, dicen que no, que la cosa será voluntaria. Legalmente tiene varios escollos, pero médicamente tiene otro muy importantes: que no hay test, que este Gobierno ineficaz, inoperante y mentiroso no tiene material para hacernos pruebas. Lo básico. Lo que está funcionado en países con menos contagios, menos mortalidad o los que ya han pasado por todo esto.
Algún día este Gobierno, que no es capaz de mantener el rumbo en estos momentos de oleaje, tendrá que explicar quién es ese mediador al que le compró los test esos de juguete, que fallaban más que una escopeta de feria y por qué volvimos a confiar en ese mismo intermediario que nos volvió a engañar.
El lunes el Gobierno volvió a su enésima rectificación. Resulta que quería mandar al personal sanitario a trabajar después de estar cuatro días sin síntomas. El resto de los mortales, los que estamos confinados en casa, tenemos que estar 14 días después de haber desaparecido la sintomatología, pero los sanitarios no. Debe de ser que como están más familiarizados con el bicho, el comportamiento con ellos es diferente. Contagian menos. La única certeza en toda esta tragedia es que el Gobierno es un desastre. Carece de experiencia, no tiene preparación y ahora solo falta saber si ha actuado también con mala fe, con prepotencia y falseando información sensible que podría haber actuado como escudo protector.
No merece la pena dedicar un minuto a estos politicastros. Me gustaría homenajear a toda esa buena gente, mucha, que se está dejando la piel por los demás. Pero lamentablemente quienes tienen que tomar las decisiones en estos momentos no son ni el dueño de Zara ni los sanitarios ni todos los voluntarios que nos están haciendo la vida más fácil. Son una serie de inútiles, confinados en Moncloa, que el mayor favor que podrían prestar a los españoles sería marcharse, dimitir y dejar paso a expertos de cualquier ideología. No me cansaré de pedir la dimisión de este Gobierno, empezando por Pedro Sánchez.
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