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EL pasado sábado, los talibán decretaron el uso del burka en lugares públicos para todas las mujeres. Es una orden de la Sharía, su ley ... religiosa, que aún no se había puesto en vigor desde la vuelta de los fundamentalistas al poder, pero que ahora ya está firmemente determinada, al igual que esa otra de que las niñas abandonen la escuela y los estudios a los 12 años. Cada día que pasa, el cerco se reduce más en torno a las inexistentes libertades de las mujeres afganas, que hace apenas unos años, gozaban de esa vida que aquí consideramos “normal” y que para buena parte de las mujeres del mundo, todas las que viven bajo el yugo de las religiones integristas, suponen un auténtico milagro. Lo más terrible de todo, es el olvido. Nuestro olvido. Apenas recordamos su situación o pensamos siquiera en su desgraciada existencia, cuando alguna noticia, casi siempre referida al agravamiento de sus condiciones de vida, se cuela en alguno de nuestros informativos. Parece que nuestro rechinar de dientes, desaparece al poco de que el asunto se quede fuera de la actualidad. Y eso hace que las mujeres afganas, no solo se sientan solas, sino también, abandonadas. Por si el maltrato que reciben fuera poco, las sanciones internacionales a los talibán repercuten de tal modo en ellas que, como dicen algunas de las que aún trabajan porque su trabajo es imprescindible (por ejemplo las parteras) “acabarán por matarnos más rápido que la violación de nuestros derechos”. Los derechos no sirven de nada si no pueden comer. No se piensa en estudiar o en ser libre cuando se está muriendo de hambre... Y eso es lo único que, de momento, consiguen esas sanciones tan supuestamente bien intencionadas, pero con tan pésimo resultado. Así las cosas, parece que ahora toca que nos rasguemos las vestiduras por el infierno que se vive en Ucrania y que dejemos de lado otros problemas que parecen concernirnos menos como el de Afganistán, que hace no demasiado ocupaba toda nuestra indignación y todas las portadas de los medios de comunicación. Yo misma entono el mea culpa. Si no hubiese visto el sábado un story de mi compañera y amiga Cristina Morató en Instagram no me habría vuelto a preguntar sobre lo que ocurría en Afganistan. Y al hacerlo me he sentido como una desertora. Como parte de ese mundo occidental que ha dejado en la estacada a las mujeres afganas y que no parece tener ninguna intención de volver a su país, para enfrentarse a los talibán. El mismo mundo que sabe que esas mujeres viven en las oscuridad, que muchas mueren al parir, o de enfermedad, o de hambre o de tristeza. ¿Nos avergüenza la situación de Ucrania? Que nos avergüence también la de Afganistán.
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