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Vivimos en zona catastrófica, dejando fiestas por el camino: no habrá bendición de animales este domingo en el Campo de San Francisco. Lo ha confirmado ... Ángel Ferreira, su organizador, con pesar de ánimo. No lleve a su perro, gato, canario, grillo o lagarto al parque porque no habrá ese día agua bendita ni otra compañía para la ocasión. Tomamos carrerilla el cinco de enero con los Reyes Magos digitales y hemos alcanzado velocidad de crucero sin tener claro cuándo celebraremos otra fiesta. De hecho, en nada estaremos en la segunda vuelta y comenzaremos a contar otra Semana Santa, otro Lunes de Aguas... sin festejo. Con lo animado que era enero -lo recordará- con San Antón, San Sebastián, luego venía febrero con el Códex, San Valentín, San Blas... ¡los carnavales! ¿Recuerda el Carnaval del Toro, en Ciudad Rodrigo? Están locos esos farinatos con tanta fiesta. Una pena todo. Qué destrozo. Coincidiendo con el Día Internacional de la Croqueta, mañana, igual me doy a ella como si no hubiera un mañana, que ahora mismo parece que no lo hay. Sé de bares y restaurantes donde ponen unas croquetas fantásticas, pero, claro, fíjese cómo estamos... Hace un año, por estas fechas leía que comer la misma comida daba lugar al hastío, y que fue este el que dio a luz a la curiosidad, que llevó a las experiencias, que, a su vez, alumbraron la sensualidad (Diderot y D´Alembert. “La Enciclopedia”) y en comida pocas cosas derraman tanta sensualidad como una buena croqueta. Cada croqueta contiene su código y secreto y ahí quería ver yo a nuestro criptógrafo de cabecera Manuel Jesús Prieto, de Vitigudino, descifrándolos. O a Fernando de Rojas, que vuelve a sus investigaciones esta semana empujado por Luis García Jambrina, que nos viene a recordar con su inminente “Manuscrito de barro” que estamos en año jacobeo. A ver si mi apóstol...
La croqueta es hija de su onomatopeya, que es un estupendo remedio contra el desánimo de estos tiempos. El crujir de una croqueta dispara la serotonina al nivel del recibo de la luz, dice mi psiquiatra. Luego, ya tendremos tiempo de discutir con la báscula y el dietista. Lo urgente, primero. Cuánto me extraña que nuestros poetas no hayan encumbrado a la croqueta y si lo han hecho, se me ha pasado. Cuando María Ángeles Pérez López se mete en la cocina y busca aquello que “dé compañía a los platos” digo, esta es la mía, pero se escurre a otras profundidades. Y otro tanto puedo reprocharle a los González Iglesias, Colinas, Ruano y compañía. Si la sopa de ajo tiene su himno, gracias a José María Casares, y la castaña su oda, gracias a Pablo Neruda, por qué la croqueta carece de un soneto como los dioses del olimpo culinario mandan. Las que conozco, no me llenan, me parecen insulsas. Y lo insulso en gastronomía no tiene lugar.
Ayer se cumplieron veinte años sin Julio Robles, que toreaba con sensualidad y en la cumbre, aunque su escultura, obra de Salvador Amaya, está en la Glorieta como recuerdo permanente. Dos décadas. Qué vuelta al ruedo al día siguiente. Qué paseíllo de figuras locales y nacionales. Algunas, ya tampoco están. La ofrenda floral de este sábado será íntima, como obligan estos tiempos. Robles era un “monstruo”, decía Gonzalo Sendín, padre, que tantos “monstruos” conoció en vida. Él lo era, también. Veinte años. Espero que dentro de otros veinte hayamos salido de la zona catastrófica, la croqueta tenga su oda y los animales su bendición, tan merecida este año por su esfuerzo y paciencia. Amén.
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