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SEGURO que mañana habrá quien se me eche encima después de este artículo. Pero me da igual. Francamente. Verán, no pongo en duda a Rocío, ... por supuesto que no. Y no me gusta ni un poquito Antonio David. Y aún sigo sobrecogida por las declaraciones que he visto divididas en dos días (y creo que quedan más), como ya conté aquí mismo la semana pasada. Pero todo lo que está sucediendo a partir de ese docushow se me hace bola. La intervención de la ministra de Igualdad, tan irresponsable y falta de cabeza, que apoya cualquier declaración de cualquier mujer por mucho que llegue sin pruebas e iluminada por los focos; los mil y un programas con estrellas del feminismo y otras del cuore, sobrecogidas por cuanto está contando la protagonista, y el juicio paralelo al “culpable”, ya irredimible para siempre, ajusticiado con un despido... Es una feria, donde parece que se compran y se venden emociones y se desvirtúa todo. Hace bien poco, una concursante de Gran Hermano contó su caso también en Sálvame. Y no creo que fuera más o menos grave que el de Rocío Carrasco, porque no se miden al peso los dolores, ni el dinero que generan. Y tuvo escasa repercusión. Desde luego, no puso a España entera en pie. Y eso que los hechos que describía la protagonista correspondían a un tiempo donde los malos tratos estaban infinitamente más censurados que en la época que describe Rocío Carrasco. Si evaluamos la Historia sin ninguna duda llegamos a la conclusión de que se ha escribo en base a la desigualdad entre hombres y mujeres. Y si las que tenemos edad para hacerlo nos remontamos a hace veinticinco años recordamos decenas de episodios en los que ha existido algún tipo de maltrato, que ahora sería considerado casi delito o sin el casi.
Con esto no estoy queriendo decir que lo que cuenta Rocío no sea cierto o no constituya maltrato. Desde luego que no. Pero sí que, probablemente hoy, ella no lo hubiera soportado ni con dolor ni sin él. Los tiempos cambian y para bien. Y está muy bien echar un vistazo al pasado para corregir todo lo que se hizo mal. Pero también saber que, probablemente, ni el mismísimo Antonio David se comportaría como lo hizo entonces en estos días en los que hemos avanzado en tantas cosas. Me congratulo por ello y siento en el alma lo que pasaron tantas mujeres. Lo que pasamos casi todas en mayor o menor grado. Lo que no me parece bien es utilizarlo a día de hoy para rellenar programas y programas, conseguir audiencias y condenar sin pruebas por lo que pasó en otro tiempo, distinto a este.
Creo que esa retroactividad es enfermiza y no lleva a nada bueno. E insisto no podemos mirar el pasado con los ojos del presente. Yo no soy la misma que hace veinticinco años. Nadie lo es. Y eso es lo primero que hay que tener en cuenta, aunque decirlo me cueste ser considerada políticamente incorrecta.
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