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VIVIMOS bajo la tiranía de lo políticamente correcto, de las fake news, de lo inclusivo y de otros despotismos ante los que bovinamente humillamos ... la cerviz y, en pleno triunfo de la memez, asentimos para que no nos tilden de heterodoxos o carcas en medio de una sociedad cada vez más adocenada y ahíta de mojigaterías. El fenómeno de lo políticamente correcto es un buen ejemplo, que tuvo su origen en algunas universidades “progres” de Estados Unidos. Aquí, como en otros muchos casos de copia y pega, hemos calcado automáticamente la expresión. Recuerdo a este respecto que hace más de veinte años el profesor Eugenio de Bustos, filólogo de admirable sensibilidad lingüística, proponía un equivalente en español: lo politically correct era para él lo socialmente respetuoso.
Seguimos bajo la influencia de una fuerte neocensura, de una neoinquisición que nos lleva a asentir borreguilmente a los más disparatados mensajes que los poderosos pretenden endilgarnos. Estamos en el “tiempo negro de los dogmas” (A. Colinas). Lo preocupante no es que los políticos nos mientan. Estamos acostumbrados. Lo realmente preocupante es que intenten colarnos las mentiras como si fueran verdades. De este modo, ingerimos todo tipo de bulos, paparruchas, trolas, rumores y patrañas envueltas en el papel de regalo de las llamadas fake news. O sea, las mentiras de toda la vida que ahora proliferan en los medios y, especialmente, en las redes sociales, fenómeno novedoso que distorsiona la realidad, potencia la demagogia populista, fortalece lo falso y, ya de paso, contribuye a desmochar el idioma. O lo que va quedando de él. Porque la corrección política llevada al extremo atenta contra la gramática, contra la semántica, contra la ortografía y, si me apuran, contra el sentido común.
Estoy convencido de que la diversidad de voces y el pluralismo cultural pueden convivir sin problemas al amparo de una sociedad libre en la que la democracia no salga menoscabada, sino enriquecida. Sin embargo, demasiados fundamentalismos nos asedian de continuo. Estamos hartos de necedades “políticamente correctas”, de que no se distinga el sexo del género, de tanta falsa igualdad, de que no haya límites entre lo correcto y lo incorrecto, de tanta gazmoñería verbal y tanto pensamiento débil en una sociedad estúpidamente líquida. Es hora de sacudirse el yugo. Pero para eso hay que tener un mínimo de espíritu crítico y capacidad de raciocinio. Hay que deshacerse de tanta complacencia con la mentira, de tanto egocentrismo narcisista, de tanto necionalismo supremacista (insisto, necionalismo, que viene del latín nescius, es decir, ignorante, cenutrio, tontaina). Porque, como escribía Larra, los necios dicen necedades, pero hay quienes pasan por ser gentes de talento y las hacen.
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