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Qué triste espectáculo nos ofrece en nuestros días la política: profusión ornamental de banderas que son sacralizadas, paseadas en procesión o transformadas en moquero; lacitos ... y cánticos; exhumaciones express; acusaciones mutuas por pecados que tantas veces son propios; alardes de patriotismo por parte de quienes exhiben la muñequera roja y gualda mientras que con la otra mano reciben el fruto del cohecho.
En España no se adivinan hoy proyectos de Estado. No interesa el largo plazo porque el beneficio social a años vista puede ser capitalizado por quien gobierne cuando se materialice, que no sabemos quién será. Sólo interesa el logro inmediato, a veces aparente, casi siempre anecdótico. Los programas electorales parecen haberse licuado entre los 280 caracteres de un tuit, que pasa del “digo” al “diego” al filo de la medianoche. ¿No podrá acordarse esa buena ley de educación que nos merecemos los españoles y que tanto bien haría a las nuevas generaciones? ¿Qué pasará con mi pensión? ¿Y tendremos esa reforma constitucional que hasta el propio Fraga reclamaba para convertir al Senado en una auténtica cámara de representación territorial en el marco de un modelo descentralizado?
Hoy, no. Actualmente, sólo prima marcar las distancias respecto del competidor, aunque sea a costa de perpetrar los mismos errores que poco antes se apreciaron en el oponente; poner de relieve las bondades del propio producto, como si de una nueva fregona se tratase; asegurarse de dar ese golpe de riñón en el sprint final de la carrera electoral en el momento exacto, no sea que la precipitación le dé ventaja al contrario y me saque tres escaños. Es la blitzkrieg por el voto. Luego, ya negociaremos, que para eso he cuidado de no revelar antes mis cartas, no sea que tenga que tratar con algún ultra.
Política de consumo, prêt-á-porter; de usar y tirar, en suma. Mucho cuidado, porque sólo nuestro espíritu crítico nos defenderá de este reallity que nos venden a precio de bazar. Seamos consumidores (políticos) responsables.
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