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A comienzos de 2004, un profesor de la Universidad de Stanford llamado Robert I. Sutton publicó un artículo titulado “More Trouble Than They´re Word” en ... la revista “Harvard Business Review” que se convertiría en todo un hito de la citada publicación. Sostenía que dentro de cualquier comunidad, existe impepinablemente un determinado número de “assholes”, término que podríamos traducir sin miedo a desvirtuar el mensaje directamente como gilipollas. Los problemas más graves, -añadía el profesor-, comienzan cuando dentro del grupo, en lugar de tenerlos bien localizados y desactivados por suponer un grave riesgo, nuestros gilipollas se las arreglan para descontrolarse. El artículo terminaba advirtiendo que la gilipollez, cuando es auténtica, además es supercontagiosa.
La publicación tiene unos años, pero sospecho que nunca tuvo tanta vigencia como en estos momentos de pandemia, donde el pico de gilipollas se nos presenta completamente desbocado, reproduciéndose a toda pastilla, y desde luego con mucha más facilidad que la nueva cepa del mismísimo coronavirus. Sólo eso puede explicar la noticia de la macrofiesta celebrada este fin de semana en un local abandonado de la localidad barcelonesa de Llinars del Vallés justo cuando la tercera ola parece extenderse con enorme voracidad en Cataluña. No sé con qué otro calificativo se podría catalogar a los organizadores, asistentes y hasta a los miembros de la Generalitat que aprobaron tal movida, salvo el de auténticos gilipollas. Y absolutamente irrecuperables en el caso de los de la Generalitat. Y en fin, no sé por qué me voy tan lejos, si también en ese grupo habría que incluir a quienes en nuestra misma ciudad, organizaron tres cuartos de lo mismo, en una discoteca de la calle Toro a la que asistieron otro medio centenar de la misma especie. O a esos otros, incluido algún representante de la política local, que saltándose igualmente todas las normas restrictivas impuestas, proponían jugar al escondite a la Policía Local, ocultándose tras la barra de otro local en Íscar Peyra.
Lo peor, es que si para el contagio del coronavirus finalmente tenemos algunas vacunas que nos ofrecen una luz de esperanza, mucho me temo que para la completa exterminación del gilipollas perdido deberemos esperar una hecatombe, es decir, que nos acompañarán hasta ese fatídico día que ellos mismos consigan exterminar el mundo. Tiempo al tiempo.
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