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Resulta muy habitual, muy de nuestro tiempo, la banalización del término “histórico”, aplicado hoy a menudo, sobre todo en el ámbito político o periodístico, a ... cualquier acontecimiento más o menos raro o singular. Y, sin embargo, claro que sí, claro que hay acontecimientos verdaderamente “históricos”, es decir, capaces de marcar una época, de cerrar un periodo y de abrir otro, como algunos de los que tuvieron lugar hace ahora exactamente 75 años, que pusieron fin a la II Guerra Mundial y establecieron las bases de buena parte del mundo que hemos conocido desde entonces. El problema suele ser, sin embargo, de perspectiva, de distancia temporal. Ese carácter decisivo de un acontecimiento, su capacidad fundadora de un tiempo nuevo, no suele percibirse con claridad en el momento en el que se produce y mucho más a menudo se requiere tiempo para que pueda ser advertido. Nadie pudo imaginar, por ejemplo, en 1618 que la “defenestración de Praga”, cuando los miembros del Parlamento de Bohemia, descontentos de la política centralizadora del emperador Fernando II, arrojaron por la ventana a sus representantes, daría origen a la Guerra de los Treinta años, que acabó devastando la Europa Central y poniendo fin a la hegemonía española en el continente. Ni tampoco, por evocar hechos más cercanos, ningún miembro de aquella desgraciada unidad militar que en la mañana del domingo 19 de julio de 1936 proclamó el estado de guerra en Salamanca, a la salida de la misa de San Martín, pudo sospechar que sus disparos se convertirían en el inicio de la Guerra Civil Española en nuestra provincia.

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