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El pasado lunes, el rector de la Universidad de Salamanca fue entrevistado en la Cope. Dedicó la mayor parte de su intervención a criticar la ... nueva Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU), recientemente aprobada en el Parlamento. Fue duro en los términos: la tildó de nefasta y aseguró que era un bodrio; que nos han dado gato por liebre con su aprobación y que han hecho un pan con unas tortas.
No seré yo quien desmienta lo dicho por mi rector. Creo que estamos ante un subproducto legislativo que no merecemos. También como él, pienso que el gremio universitario no ha hecho todo lo que estaba a su alcance para evitar que la iniciativa prosperara, pero eso es algo que ya no importa demasiado. Veinte días después de su publicación, la LOSU entrará en vigor, las universidades adaptarán sus respectivos estatutos y se constituirán sus nuevos órganos. Entonces, la mayoría parlamentaria –la de turno, la que sea– habrá alcanzado nuevamente el objetivo de perpetuar su modelo de universidad... hasta que llegue una nueva mayoría que lo tumbe para sustituirlo por otro.
No seré yo quien esté conforme con la LOSU, insisto, pero dudo que sea por los mismos motivos que expresó el rector en su entrevista. La nueva norma vuelve a demostrar el desconocimiento que los políticos tienen de la realidad. La LOSU define, de nuevo, una universidad de burócratas para burócratas. Poco me importa si ya no hace falta ser catedrático para ser rector; si el candidato fuera bueno, no me opondría a que fuese el trabajador de una contrata. Desconozco en qué nos afectarán las ventajas que la nueva ley ofrecería al independentismo. Lo que de verdad me preocupa es que la universidad de la LOSU siga ensoberbecida en el parnaso de la excelencia, levitando a tres palmos del suelo.
No quiero que la universidad olvide que su primer compromiso consiste en formar a los profesionales del futuro; que el estudiante no puede quedar reducido a la condición de cliente que siempre tiene la razón, porque la relación docente, por esencia, no es igualitaria. No me gusta que el éxito en la investigación esté cada vez más asociado a las habilidades mercadotécnicas o al pago de un precio. Detesto que la gestión haya dejado de ser una vocación de algunos profesores para convertirse en una obligación. En suma: no me gusta la universidad de las grandes palabras, sino la del día a día, y la LOSU ofrece muy pocas soluciones.
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