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Ha sido el cumpleaños de Pedro, el Cruel, vecino ilustre de la Plaza Mayor desde el inicio de esta. Tuvo una infancia complicada en ... eso que hoy llamaríamos una familia desestructurada y quizá ello explique muchas cosas. Su padre, Alfonso XI, abre el Pabellón Real de la Plaza Mayor, y sigue siendo el único rey salmantino. Un rey que al nacer su hijo apartó a este y su madre, María de Portugal, e hizo vida en común con Leonor de Guzmán. Vida en común y cinco bastardos, que acabarían por dar mucha guerra al legítimo sucesor. Por eso digo que hay que ponerse en la piel de Pedrito, que pasó a ser Pedro I cuando su padre, el salmantino Alfonso XI, muere de peste y quizás apestado. Pedro, entonces, toma las riendas del reino y da rienda suelta a todo lo necesario para sobrevivir sin olvidar que era astilla de un palo... Se casó con una Borbón, de nombre Blanca, pero mientras esta venía a Castilla él se enredó con María de Padilla. La francesa se quedó blanca, la pobre. Luego le dio por una viuda noble, Juana de Castro, con la que se casó asesorado por el obispo de Salamanca. Un día duró el matrimonio porque las faldas de la Padilla, ay, eran muchas faldas, o pocas. Telecinco hubiese hecho con aquello un “Sálvame” que ríase del asunto Jurado, Cano, Carrasco... Pedro el Cruel terminó mal. Un lacayo de su hermano (y bastardo) Enrique le puso la zancadilla diciendo aquello de ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor, y un puñal certero del hermanísimo Enrique II de Trastámara, alias el “Fraticida”, acabó con Pedro, cuya cabeza anduvo por un lado y el resto del cuerpo por otro una temporada. Es el protagonista del tercer medallón. Menudo cuadro. Pedro el Cruel tiene a un lado a un padre que no quiso saber nada de él, pero le dio la vida, y a un hermano bastardo que le apuñaló,y se la quitó. Me pregunto si Alejandro Carnicero, el escultor de los medallones, sabía algo de esto. Los viejos cronistas de la Plaza Mayor cuentan que en la década de los treinta un conocido borrachín le pedía a Pedro el Cruel que le acompañase a casa y evitase la bronca de su señora por el estado en el que iba. Cosas de la Plaza Mayor.
Muchos ilustres de la Plaza Mayor son ilustres, sí, pero escasamente ejemplares, a diferencia de aquellos otros que ocupaban los medallones de los colegios mayores, por ejemplo, que servían de inspiración virtuosa a los estudiantes, aunque luego, si entramos en el detalle de sus fundadores, encontramos de todo. Indague en la vida de los Fonseca o del gran Diego de Anaya, que fue obispo de Tuy y Orense, por donde estuve de excursión el otro día, y verá qué biografías. Algunos parientes de estos fueron, además, miembros muy activos de los Bandos salmantinos, cuya plaza ha vuelto al primer plano para sacudir la modorra que nos ha dejado el calor. Se buscan ideas para mejorarla. Sepa el que gane que su propuesta no gustará a todos, levantará polémica y creará división porque va en la maldición de esta plaza, y por eso apuesto por los arreglos: repárese y abandone toda esperanza –como en la “Divina Comedia”—de pasar a la historia por cualquier gloria que le suponga concluir la reforma. Es jugar con fuego. Mi teoría es que la Plaza de los Bandos encierra esta maldición, que se hizo evidente el mismo día en el que se decidió derribar la iglesia de Santo Tomé, que le daba nombre, allá por 1856, según el historiador Villar y Macías; entonces se abrió una buena polémica –quizá la primera—porque el nombre de Santo Tomé se le aplica a la iglesia del Carmen, que lo era de los carmelitas de San Elías, hasta 1887, cuando recupera su nombre y desaparece para siempre lo de Santo Tomé. Aquí veo el origen de la maldición de los Bandos.
Esto le hubiese gustado a mi añorado José Ramón Nieto, quién sabe si servirá de inspiración a Ramón Grande del Brío, espero que entretenga la convalecencia de Ramón Castro, hará sonreír al profesor José Ramón Alonso, y animará el desayuno de su tocayo el hostelero... Felicidades a todos los Ramones en tan señalado día.
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