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El próximo viernes, a solo un día de que el mes de julio de 2021 bostece y cierre los párpados para siempre, Salamanca se convertirá ... en un patio de comedias donde tendrá lugar una de esas representaciones que, bajo el título de Conferencia de Presidentes, viene a reunir a los barones autonómicos con el Jefe del Ejecutivo español, teóricamente para hablar y buscar solución a todos nuestros problemas. Dicho así, el evento habría de verse como un hecho esperanzador y extraordinario en la vida de la ciudad. Pero no nos hagamos ilusiones. Más allá de que el nombre de Salamanca se repita en los telediarios durante unas horas, más allá de que los bellísimos platós salmantinos sean un entrar y salir de políticos eufóricos y escoltas aguerridos, el próximo viernes, cuando el sol al acostarse encienda el oro secular que la recama y unas y otros se hayan ido, Salamanca volverá a sus largos días con poco que contar, a no ser el subidón de haber visto a Isabel Díaz Ayuso pisando con garbo las calles salmantinas.
Comparto la opinión de Julián Ballestero en LA GACETA de ayer de que el evento no pasará de ser “cumbre vacía”. Por mucho que se empeñe la Presidencia del Gobierno en anunciar la Conferencia como un marco extraordinario de cooperación multilateral, ya sabemos cómo miente Pedro Sánchez y cómo vira a mal todo cuanto queda bajo su tutela. Aun así, cuando el coche presidencial se detenga ante la sorprendente plateresca del convento de Dominicos, sede de la cumbre, Sánchez se mostrará exultante y regalón. Y animoso osará meter bien adentro la cabeza en el pozo de los aljibes, por eso de regurgitar allí su nombre y atemorizar a todos con su egolatría. Y como no hay escrito guión, los de aquí, allá y acullá, se pegarán codazos por poder salir vivamente a recitar sus carcomas y sus cuitas. Y acaba la función, cerrojo al corral para que la bronca no alcance a lastimarle.
¡Quién lo diría! La Salamanca que inspirara a las mejores plumas de la dramaturgia del Siglo de Oro, cinco siglos después mancillada por un pícaro progre empeñado en interpretar, una vez más, al tramposo que quiere despistar a las gallinas: ¡Pita, pita, pita!, cantará ante baronesas y barones para hacerles creer que va a soltar trigo. Pero, sin ánimo de fastidiar, salvo las oficialmente reconocidas como “socias pesebreras del Estado”, el resto de comunidades se marchará de Salamanca lamentándose de que la Conferencia no haya dado para poner huevos. Ahí radica el éxito de la farsa. Pedro Sánchez nunca decepciona al público.
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