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Hay ciudades en el mundo asociadas a obras literarias o a autores que transitaron por sus calles. En algunas urbes existen placas que señalan la ... casa en la que nació, vivió o murió tal o cual escritor, lugares en los que habitaron notorias figuras e incluso barrios enteros famosos por sus cenáculos literarios e intelectuales. Las tenemos en España y en muchos otros países. Granada es la primera capital española que ostenta el título de ciudad literaria, sin duda asociada a Lorca. Pero también podemos incluir con parecidos merecimientos a Santiago de Compostela, última morada de Valle Inclán; Oviedo, con Clarín y su Regenta; Las Palmas y su Galdós; Soria con Machado y Bécquer; o Salamanca, indisolublemente unida al Lazarillo, Unamuno, Torrente Ballester y Carmen Martín Gaite, entre otras muchas figuras, además del huerto de Calixto y Melibea y los premios anuales de novela y poesía. Y qué decir de la Habana de Cabrera Infante, Dublín, con su James Joyce, Edimburgo y Walter Scott; Londres, París, Praga, Nueva York o Lisboa. En todas ellas y muchas más se encuentran trazas de autores, imprentas, librerías, editoriales y bibliotecas. Se huele a tinta, a cultura, a poesía, a encanto literario, en definitiva. También hay regiones y ciudades imaginarias (Las ciudades invisibles, de Italo Calvino), lugares fantásticos o míticos, que despiertan evocaciones literarias: Macondo, Comala, Celama, Yoknapatawpha, Wonderland, Camelot....
Algunas ciudades han dado muestra de su sensibilidad literaria dedicando un espacio urbano a los denominados “Paseos de Escritores”. Así, en Sidney a lo largo del paseo que va desde la terminal internacional de pasajeros hasta el edificio de la Ópera hay una larga serie de espaciadas placas de bronce que proporcionan información sobre cada figura literaria, unas líneas con lo más importante de sus rasgos biográficos y un fragmento extraído de alguna de sus obras. Porque, como se lee en la primera placa explicativa colocada en 1991, “lo que somos y lo que vemos de nosotros mismos procede fundamentalmente de la palabra escrita y hablada”.
En Nueva Zelanda existen dos buenos ejemplos de este tipo de paseos que pretenden ser instructivos y de homenaje al mismo tiempo: Wellington, la capital, tiene su paseo de los Escritores junto al puerto. En este caso, hay una veintena larga de nombres cuyas citas despiertan la sensibilidad literaria de los viandantes. Y en la Isla Sur de ese mismo país nos encontramos con otro fenómeno parecido en Dunedin: también allí hay un paseo de los Escritores con sus respectivas placas octogonales de bronce incrustadas en el pavimento. Y ya que hablamos de las antípodas, en las afueras de Auckland hay un hermoso bosquecillo señalado como “El paseo de los amantes”. Ellos -los amantes- sabrán por qué.
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