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OCHENTA y cinco años hace que uno fue fusilado en Alicante; cuarenta y seis, que el otro expiró en el hospital madrileño que su yerno ... no sólo usó como laboratorio de experimentación, sino también como estudio fotográfico. Ambos, por sospechosa casualidad, el 20 de noviembre. Una guerra incivil ayudó al segundo a deshacerse del primero, con el que no podría haber convivido nunca. Con todo, cada año, ese día, una reducida colección de retablos vivientes se escapa del museo y ocupa una decena de templos españoles para orar por el eterno descanso de esos dos personajes irreconciliables. Carlistas, camisas azules o aspirantes al trono de Francia rezan por ambas almas a la vez –buena falta les hace, sin duda–, bajo la protección de la Cruz de San Andrés y el Águila de San Juan, saludando a la romana. Tiene mérito.
Me siento lo bastante cartesiano como para sorprenderme de que, a estas alturas de la película, siga habiendo gente que jalee a una presunta patriota recién salida de la esthéticienne proclamando que “el judío es el culpable” o que “ser español es de las pocas cosas serias que se puede ser en esta vida”. Hace ya muchos años que decidimos vivir de otro modo y me cuesta transigir con los intransigentes. Quiero pensar que es ése el sentir mayoritario. Por eso me cuesta tanto aceptar que haya gente que se declare en huelga de ojos cerrados.
Ni se me pasa por la cabeza que el Sr. Casado fuera el pasado 20N a la Capilla del Sagrario atendiendo a la llamada de la Fundación Francisco Franco. Me sorprende que tuviera ánimos para dedicar su escaso tiempo a alimentar su espíritu, aunque reconozco que eso, para mí, constituye objeto de envidia. Lo que sí me sorprende es que aspire a ser el líder de un gobierno democrático y participe en una misa de siete presidida por corona de laurel y bandera ultra, amenizada a su término con himno falangista, en la que se invocó el sagrado nombre de esos dos muertos ilustres, o que se fotografíe al término del aquelarre con un chicarrón que hable en las redes del Generalísimo.
La ignorancia no es un estado, sino una actitud. Decía mi abuelo que prefería a un sinvergüenza antes que a un tonto, y lo de Casado ha sido una tontería de las de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. No cabe alegar ignorancia; hay que saber. Si quiere unir a democratacristianos, liberales y socialdemócratas light bajo unas mismas siglas, no le queda más remedio que mantener las distancias con esa panda. Y hágalo por el bien de todos los españoles, que usted presume de constitucionalista; no sólo de quienes prevé que le voten.
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