Para que haya paz primero tiene que haber justicia
Jueves, 6 de junio 2019, 05:00
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Jueves, 6 de junio 2019, 05:00
Estimados lectores, si tienen hijos, nietos o familiares queridos anímenlos; díganles que se marchen de España. Este país tiene muchas salidas; por tierra, mar y ... aire, pero lo que no tiene es esperanza.
La banda terrorista ETA asesinó durante su “lucha” a 829 personas. Muchas de ellas fueron ejecutadas de la manera más vil y cobarde; el tiro en la nuca. A otras les dieron fin con coches bomba, como en el triste atentado de Hipercor. Otros sufrieron emboscadas como la que acabó con la vida de Cristóbal Colón de Carvajal, descendiente de nuestro Navegante. No respetaban —mejor dicho, no respetan— a nada ni a nadie. Civiles o militares, hombres y mujeres, niños y niñas, embarazadas... daba igual la condición, todos éramos sus potenciales objetivos.
Que a los políticos les importamos un bledo no es algo nuevo. Prometen el oro y el moro hasta que legitimados con nuestros votos acarician la poltrona, entonces si te he visto no me acuerdo y donde dije digo, digo Diego. Los políticos de este país son indignos de los españoles, pero aún así nos los merecemos, por triste y duro que suene.
La semana pasada se descubrió que el de la ceja, el presidente más infame que hemos padecido desde que somos democráticos —de momento, porque Sánchez apunta alto—, informó al mediador con ETA que Francia preparaba un golpe importante contra la banda terrorista. “Gorburu” era el nombre en clave de Zapatero. Tenía su propio alias, como los delincuentes. Zapatero no solo avisó a los etarras de que los gabachos estaban preparados, además lo hizo rogándole al mediador una “total discreción”.
Nos clavaron la paz en los hígados y la retorcieron mientras nos susurraban que eso era lo correcto. Los españoles fuimos vilipendiados una vez más, y las víctimas ultrajadas. Jamás ganamos a ETA, nuestros políticos sólo les dieron otro trabajo. No fue una victoria de la justicia contra el terror, fue la rendición del Estado ante los asesinos. La Historia y los años juzgarán esta bajada de pantalones como lo que es; una ignominia y una deslealtad. Y mientras tanto los asesinos viven libres. Esos que antes disparaban por la nuca ahora empuñan las plumas que firman las actas de ayuntamientos y concejalías. Los mismos que antes vigilaban en un coche con los explosivos preparados en el maletero ahora son llevados en vehículos oficiales con chófer y guardaespaldas. Para más infamia no puedes alzar la voz y llamarles asesinos pues sus legiones de acólitos —indigentes mentales cegados por sus propias mentiras— te señalarán con el dedo y te llamarán fascista. Pero la verdad no se puede enterrar. Hasta que no paguen por sus crímenes sólo serán unos miserables asesinos, aunque estén legitimados por aquellos que en su día juraron la Constitución, y la defensa de España.
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