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Para mis queridos maderos

Sábado, 27 de noviembre 2021, 04:00

COMO la mayoría de los jóvenes me inicié en el mundo del automovilismo con un coche turbo (lo turbo mi padre y lo turbo ... mi hermano). Un par de años después, tras concienciarme de que las columnas no son objetivos a derribar, empeñé mi alma en un concesionario y adquirí el coche de mis sueños. Lo que yo no sabía es que había elegido un coche marronero. —En el argot policial un coche marronero es aquel que, por sus características, y aunque sea conducido por Santa Teresita de Lisieux, es sinónimo de delincuencia—. Sucedió que en una semana me pararon en cuatro controles. Fue en el último cuando, llevando a su casa a la que hoy es mi esposa, me dio el alto un benemérito y, acto seguido, me preguntó si llevaba droga en el auto. Como ya estaba un poco cansado de tanto control, le respondí dirigiéndome a mi costilla: «¡Oh!, cariño; ¿te acordaste de sacar los dos kilos de coca del maletero?» Craso error, Jairo. El guindilla no interpretó muy bien mi delicado humor inglés, e hizo aspirar toda la tapicería del coche con el hocico de su perro antidroga. —Y me libré de algo peor porque al grullo se le acabaron los guantes de látex—. Al terminar la inspección el belleguín me confesó —con tono más cercano y menos marcial— que comprendía mi hartazgo, pero no tenía una varita mágica para saber a quién debía parar. Se disculpó por su celo profesional y nos despedimos con un reverente saludo mílite.

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