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La política económica de la UE durante la crisis de 2008 fue, bajo la influencia alemana, un auténtico desastre. Un neoclasicismo anti keynesiano que trajo ... consigo fuertes recesiones, sobre todo en el sur de Europa.
La cosa cambió radicalmente entre 2012 y 2014, en primer lugar con el giro que dio el FED norteamericano, que fue seguido por el Banco Central Europeo (BCE) y el Banco de Inglaterra. Esa nueva política monetaria sostuvo que era necesario aumentar la oferta, es decir, el dinero en circulación.
Y si las entidades de crédito no podían hacerlo por sus limitaciones de solvencia o por temor a las pérdidas lo tenía que hacer el propio Banco Central, con políticas monetarias “no convencionales”.
Esa nueva política choca con la tesis central de la política monetaria tradicional, la cual afirma que si se aumenta la cantidad de dinero en circulación y se mantiene un funcionamiento normal de las instituciones monetarias (si la velocidad de circulación del dinero no varía) ese aumento provocará un crecimiento de los precios.
Bajo esas nuevas premisas, los Bancos Centrales tenían que actuar para reducir los tipos de interés, y aumentar la oferta monetaria con medidas no convencionales: tipos de interés negativos, comprando activos, es decir, deuda, del sector público, e incluso del privado, e implementando operaciones financieras a largo plazo creyendo asegurar así que los precios subirían, como mucho, hasta el 2% anual.
Así las cosas, la oferta monetaria creció un 35% entre 2014 y 2019 y un 23% entre 2020 y septiembre de 2022.
Por su parte el BCE, además de comprar deuda pública y privada en grandes cuantías, otorgó préstamos a los bancos para que estos a su vez concedieran créditos.
En 2014 esos préstamos a los bancos fueron de 630.341 millones y en septiembre de 2022 llegaron a 2.120.801 millones de euros.
Y de pronto se presenta en todo occidente una inflación devastadora y –aunque ese ataque no se deba solo a una política monetaria que ha resultado a largo plazo nefasta– los Bancos Centrales (FED, BCE y Banco de Inglaterra) se han visto obligados a volver atrás y retomar la senda clásica: subir los tipos para intentar frenar a toda costa al inflación que nos invade.
Una inflación que está afectando a grandes capas sociales en la UE, en el Reino Unido y en los EE.UU. y unos tipos de interés que encarecen no sólo las hipotecas, también los créditos.
Ya sabíamos que la Economía no es una ciencia, como sí lo es la Física, pero uno espera de los expertos algo más de visión previsora.
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