Ortos y ocasos
Jueves, 26 de diciembre 2019, 04:00
Secciones
Destacamos
Jueves, 26 de diciembre 2019, 04:00
El solsticio de invierno fue la fecha elegida por los cristianos para conmemorar el nacimiento de Jesús. De este modo -los seguidores del judío de ... Nazaret que vivió en Cafarnaúm y fue ajusticiado en Jerusalén- querían simbolizar que las tinieblas y la oscuridad de la noche comienzan a reducirse y verse superadas por la luz y el calor del día desde el mismo momento en que Dios llega a la Tierra. Equiparando así a Dios con el Sol que nace de lo alto. Pura fenomenología del hecho religioso.
La evangelización y expansión del cristianismo debe gran parte de su éxito a la capacidad para adaptar el mensaje de Jesús a todas las culturas en cualquier tiempo y lugar. Este es el segundo paso, el primero siempre ha sido la catequesis del tiempo, del calendario, del almanaque. Y digo catequesis a sabiendas de que los seguidores de Jesús no siempre hemos sido tan propositivos a lo largo de la historia de la humanidad.
El asunto de los ortos y los ocasos es, quizá, el ejemplo más claro de catequización. El 24 de junio, cuando los días comienzan a acortarse por el solsticio de verano, los cristianos recuerdan a san Juan Bautista, el precursor de Jesucristo que, además, era su primo. Un profeta al que las primeras comunidades presentan como esa luz del día que va menguando para dar paso a una noche más y más larga. Esa noche a la que la Biblia se refiere en repetidas ocasiones como “tiempo de salvación”. Y es que no podemos pasar por alto que los grandes acontecimientos de la Historia Sagrada suceden, oh casualidad, por la noche. Desde la huida de Egipto hasta Pentecostés pasando por el nacimiento, la muerte y la resurrección del Mesías.
Me viene a la columna navideña esta reflexión sobre el calendario, la astronomía y la fenomenología porque considero que hay muchos católicos empecinados en absurdas y erradas convicciones sobre estas fechas entrañables y así. Aunque no son los únicos ignorantes capaces de sacar pecho por ciertas tradiciones que sólo son traiciones cuando uno es capaz de dar razón de su esperanza.
De modo que no, no es necesario creer en Jesús para celebrar estas fiestas. Y sí, los musulmanes, los ateos y los que ni siquiera se plantean la existencia de Algo o Alguien todopoderoso que sea el principio y el fin de todas las cosas también tienen un motivo para celebrar la vida en compañía de aquellos que consideren y con los ritos comunes a cualquier celebración: la comida, la bebida y algunos gestos y palabras que se repiten invariablemente.
Los que tenemos la suerte de haber recibido el regalo de creer no debemos caer en el error de pensar que, además, somos los únicos con el legítimo derecho a festejar la Navidad.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Sigues a Santi Riesco. Gestiona tus autores en Mis intereses.
Contenido guardado. Encuéntralo en tu área personal.
Reporta un error en esta noticia
Necesitas ser suscriptor para poder votar.