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En la alineación titular del sábado del Real Madrid contra el Villarreal no aparecía de inicio ni un solo jugador español. Jugaban varios franceses, brasileños, ... alemanes, un belga, un croata, un uruguayo y un austríaco. Aunque sucedía por primera vez en la historia del Real Madrid, la polémica se ha centrado más en los dos penaltis por mano involuntaria pitados en el encuentro que de este detalle, lo cual significa que al menos en cuestiones de fútbol, vamos normalizando que cualquier persona, independientemente de su nacionalidad, pueda vivir y desarrollar su trabajo dentro de nuestras fronteras sin que eso levante ampollas entre los recalcitrantes guardianes y defensores de las puras esencias nacionales.
Es más, también resulta esperanzador, que contemplemos con normalidad el hecho de que esos jugadores extranjeros hubieran desplazado a otros jugadores españoles, simplemente porque parecía que sus prestaciones, en estos momentos de la temporada a juicio del entrenador (italiano en este caso), parecían más completas que las que podían procurar los jugadores con DNI español. Y digo esperanzadoras porque las posibles protestas en cualquier caso por esta cuestión no parecían obedecer a temas relacionados con la xenofobia sino más bien a la idea de que esto pueda perjudicar a la selección española que nunca tendrá en plena forma a sus mejores jugadores si estos no juegan habitualmente.
Obviamente, queda mucho que avanzar para que esta normalización se vaya extendiendo a otros ámbitos. Y tampoco cantemos victoria porque en el mundo del fútbol parezca más tolerante que el resto de la sociedad. De hecho, es precisamente en este ámbito donde también hemos escuchado recientemente ciertos cantos y gritos racistas como sucedió en los aledaños del estadio del Atlético de Madrid contra el jugador brasileño del Real Madrid, Vinicius, insultos lamentables de gentuza que amparada en el vulgar rebaño parece que pierde la vergüenza, la humanidad y el juicio. Queda pendiente analizar si realmente aceptamos con normalidad el concurso de jugadores extranjeros por delante de los nacionales simplemente porque en este caso los que llegan a trabajar son distinguidas personalidades del deporte de élite, gente privilegiada y admirada, famosa, multimillonaria. Faltaría saber si aceptaríamos con tanta tolerancia y respeto a los foráneos, si en vez de pertenecer a esa élite de privilegiados vinieran a hacernos la competencia otro tipo de gente y en nuestros habituales puestos de trabajo aunque eso supusiera que su llegada mejorase el nivel de nuestro trabajo y empresas.
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