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ABRO y cierro el periódico solo por la página de deportes que es la única manera de no encontrármelo. Me tengo prohibida la tele salvo ... para ver el parte meteorológico o Casa de Empeños, mi programa favorito, aún con la sospecha de que cualquier día aparezca anunciando una borrasca o intentando venderme la moto. Evito cualquier sintonía radiofónica que no sea pura radiofórmula musical por temor a escuchar su voz entre el gallinero de políticos de promoción. En una cura de desintoxicación maravillosa, estoy tratando incluso de quitarme de las redes sociales por miedo a tropezar con alguno de sus habituales mensajes. Y a pesar de todo me sale por todas partes, incluso en las pesadillas más recurrentes de mis ardientes e inquietas madrugadas. Es omnipresente. Y eso que todavía no ha empezado oficialmente la campaña electoral.
No les digo el nombre porque no me gusta apuntar y además luego todo se sabe, pero les confesaré que me pone un poco enfermo. Es un mentiroso patológico, un malabarista de las promesas incumplidas, un adicto a los tópicos más manidos, un demagogo insoportable y narcisista, un incompetente del oficio, un artista del cuento y la desfachatez, un absoluto desastre para todos que en periodo electoral se multiplica por cien y se expande por todos los medios con la facilidad del más pernicioso virus que podamos imaginarnos.
A cualquier idea que se le proponga desde otras posiciones ideológicas siempre dice que no sin importarle si es buena o mala. Se apunta con frecuencia a la propagación de los más increíbles bulos si eso pudiera aumentar sus réditos electorales. Nunca contesta a las preguntas que se le hacen cuando eso compromete sus opciones de eternizarse en el mundo de la política yéndose continuamente por las ramas. Considera a sus posibles votantes tontos del bote e ignorantes. Se atribuye personalmente todos los logros conseguidos independientemente de quien haya hecho el sacrificio y adjudica siempre a sus oponentes todos las meteduras de pata incluidas las que todos sabemos que son suyas. Tan solo es capaz de coincidir con sus adversarios políticos cuando toca subirse el sueldo o desestimar cualquier comisión que pudiera investigar ciertos asuntos que comprometen seriamente su honorabilidad.
Y lo más curioso de todo. Si por casualidad leyese este artículo pensaría que estoy retratando con absoluta exactitud a su adversario político.
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