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De vez en cuando el alcalde, Carlos García Carbayo, escribe en las redes sociales y con alguna frecuencia habla de la plantación de olmos ... sin grafiosis, la enfermedad que tiempo atrás nos dejó sin ellos. Hablo de los olmos de La Alamedilla, de aquel que daba sombra al cambio de cromos infantiles, y a los que Agustín Ibarrola, con imaginación de niño, convirtió en obra de arte, como a otros del Campo de San Francisco. De los olmos del paseo de las Úrsulas, testigos de las conversaciones íntimas consigo mismo de Unamuno. De sus vecinos de la Cuesta de Moneo (Ramón y Cajal), que acompañaban a los difuntos hasta la Puerta de San Bernardo (cruce del Pato Rojo), donde se despedían los duelos. Al borde de las carreteras había olmos o negrillos que se señalizaban con pintura reflectante para que el conductor no se fuera hacia ellos. En la provincia hay una asociación denominada Olma Charra y en la ciudad hubo unos Almacenes Olmedo (Prior), que trajo Saturnino Sanfeliciano desde la Galicia del fundador, Fernando Olmedo. También hay una calle de los Olmos, cerca de la Chinchibarra. Los olmos han dado nombre a pueblos, como Olmedo de Camaces, y seguramente a Palencia de Negrilla y Negrilla de Palencia. En Rágama y Mogarraz son veneradas sus olmas. Entonces, en el cole, era obligado leer en el colegio el poema de Machado a aquel “olmo viejo, hendido por el rayo, y en su mitad podrido”, que luego hizo canción Serrat. En fin, el olmo, los olmos, forman parte de nuestra biodiversidad natural y cultural, así que me alegro de ese renacer de los olmos en Salamanca. Espero que también renazca esa hostelería, que ha comenzado a despertar convirtiendo sus terrazas en un espacio de normalidad, que algunos llevan más lejos y describen como espacios de libertad. Así estamos. Al principio, al sentarme, me daba la sensación de hacer algo prohibido, pero luego fue como si nada hubiese pasado, una impresión que desapareció al ver las mascarillas. El vecindario se divide entre los embozados y los que caminan a cara descubierta y ambos se cruzan miradas un poco de esa manera.
Tiempo atrás hubo olmos en la calle Balmes, donde se dijo que vivió Torres Villarroel, heredera de la calle de la Longaniza y Oliva, como las pistas del Botánico (por lo menos su nombre) lo es del botánico sobre el que se levantó el gimnasio universitario y luego la Facultad de Geografía e Historia, que encierra, así mismo, venerables ruinas del Colegio de los Verdes, o sea, de San Pelayo. En Salamanca, mueves una piedra y salta una historia, por eso hace bien el alcalde en reunir piedras en el solar de las pistas del Botánico para que sus historias no anden sueltas por ahí. Piedras seculares que son estímulos visuales como lo que propone Hugo Alonso en su muestra “Undone” del DA2, el centro de arte contemporáneo de Salamanca, surgido del edificio de la vieja prisión provincial y fruto del 2002 salmantino, que nació el 28 de mayo de 1998: sí, mañana hay efemérides. El 2002 y el 2020 parecen iguales, pero... En fin, piedras sobre piedras, haciendo bueno aquello de que todo es fruto de una transformación. Supongo que algo hay de ello en esos olmos sin grafiosis, que planta el Ayuntamiento y me hacen recordar a Esther Calle Olmo, Alberto Olmo, Olmo Blanco, Marta Olmo, Susana Olmos, Esther del Olmo...que llevan el árbol en su nombre.
Esperemos que los olmos recién plantados cumplan siglos dando sombra a paseantes y contertulios. Y nosotros, que lo veamos.
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