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Parece ser que les debemos a los fenicios –esos a los que tanto hemos denostado por avaros y cicateros— dos de nuestros productos más identificativos: ... el vino y el cerdo, no sé si por ese orden. Creo que también el garbanzo es fenicio y las lentejas netamente ibéricas, pero esa es otra historia. Hablemos del cerdo, esa deleitosa fuente de cárnicos placeres, ese blasonado animal totémico de nuestra patria y de otras adyacentes, ese puerco bizarro de andares garbosos y zaragateros, alabado ya por Estrabón y estudiadas sus partes por el severo Catón. Hablemos de la galanura de ese cerdo mitológico que tantos bienes nos ha regalado sin pedir nada a cambio. Lo de mitológico no es hipérbole. Sabemos que una cerda nutrió a Zeus; y Zeus no era un dios cualquiera.

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lagacetadesalamanca Oh, cerdo mío