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Se acerca octubre y parece que el Festival Internacional del Arte y la Cultura de Castilla y León (FACYL) no va a celebrarse durante los primeros días de ese mes en Salamanca, como en un principio estaba previsto. El problema es que como se descuiden ... los responsables de la Consejería de Cultura, que en estos momentos dirige -gracias a Vox- Gonzalo Santonja, el certamen puede morir en el olvido.
Ganas de acabar con él no han faltado. Desde su creación en 2005, de manos de la entonces consejera de Cultura Silvia Clemente, el FACYL ha recibido más críticas que halagos.
En aquel año, en el que Salamanca celebró el 250 aniversario de su Plaza Mayor con un amplio y plano programa cultural, este festival supuso un soplo de aire fresco con vanguardistas espectáculos internacionales que aterrizaron en la ciudad gracias a los 6 millones de euros que puso encima de la mesa la Junta de Castilla y León. Gran parte de esas actuaciones que, en los primeros cuatro años trajo a los escenarios charros el director Guy Martini, no fueron entendidas por el gran público y en cuanto María José Salgueiro se hizo con el timón de la cultura en la región, el francés tuvo que buscar nuevos horizontes.
Cuando quieres que algo se agoste tanto solo tienes que ir reduciendo su presupuesto paulatinamente. Y eso es lo que le ha pasado al FACYL durante toda su vida. De aquellas millonarias partidas -en 2008 ascendieron a tres millones de euros y al año siguiente a millón y medio- se ha llegado más de quince años después a los 400.000 “lereles” del año pasado, y gracias.
A pesar haber puesto al frente del festival a artistas de la talla del director de teatro Calixto Bieito o del músico Carlos Jean, el certamen nunca consiguió su objetivo de intentar igualarse a los grandes festivales europeos como los de Avignon o Edimburgo. Muy al contrario, con un exiguo presupuesto sobrevivía malamente, gracias a la imaginación de sus responsables, que alardeaban en las ruedas de prensa de presentación y balance de los curiosos espectáculos que habíamos podido ver en una pequeña ciudad de provincias como Salamanca.
Y a lo largo de este tiempo le han ido lloviendo palos por no contar con los artistas locales, por hacer ruido en época de exámenes universitarios, por llevarse a La Granja de San Ildefonso el concierto de la islandesa Björk con la excusa de que había nacido una extensión segoviana al certamen...
Lo cierto es que el FACYL ha ido de reinvención en reinvención -ahora apostamos por la escena, luego por el teatro, después por el arte urbano, siempre por la música- sin encontrar un rumbo claro que alcance sus objetivos. La cuestión es si, desde su nacimiento, alguien en la Junta de Castilla y León tiene claro cuál es el propósito de este festival.
Desde luego, su formato nunca ha logrado atraer a público de fuera de Salamanca de forma masiva, si es lo que se buscaba. El FACYL no es como el festival Músicos en la Naturaleza, que se celebra en las laderas de Gredos, junto a Hoyos del Espino, y que se ha consolidado -a pesar del cartel de este año- como una cita ineludible para los maduritos amantes de la música.
Llegados a este punto, lo primero que tiene que hacer la Junta de Castilla y León es aclararse. ¿Qué busca con este festival? ¿Cuál es su verdadero objetivo? Y una vez que tenga claro este punto, lanzarse con determinación a sacarlo a flote para dotarlo de un sello propio que no esté sujeto a los vaivenes de los consejeros de Cultura de turno.
A tenor de las actitudes que hemos ido viendo a lo largo de esta incipiente legislatura, el hecho de que Vox y Gonzalo Santonja encabecen la Consejería de Cultura no ofrece mucha esperanza para el futuro del festival. De momento, a tenor de lo que han dicho, solo sabemos que buscan nuevas fechas para “hacer una programación de calidad”. Miedo da con esta planificación.
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