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Poco se han dejado ver las caras los responsables del ministerio de Universidades. Empezando por el ministro, hombre de gran prestigio internacional en su campo, ... que a mí se me parece a uno de esos abueletes rechonchos y simpáticos del Club Pickwick de Dickens. Los más veteranos hemos conocido a muchos redentores que llegaban dispuestos a extirpar de una vez todos los males de la educación superior. La de los estadios anteriores ya está perdida sin remedio, me temo. Cada ministro con su bálsamo de Fierabrás en forma de leyes novedosas o de reformas de las ya existentes. Insisten las autoridades en que la transformación de la sociedad española demanda unos modelos universitarios cada vez más dinámicos y competitivos. Acaso por ello, en los últimos años hemos podido observar un tratamiento gradual y sistemático de la educación en términos estrictamente mercantiles. También ideológicos. En el fondo, lo que late es la creencia de que el conocimiento tiene que traducirse en algo útil y práctico. Puestos a ello y de cara a la satisfacción de necesidades primarias, tan práctico sería un cirujano como un fontanero.
Sigue vivo el debate de si la universidad transforma a la sociedad o si es al revés. Lo que parece claro es que las universidades tienen que responder a las exigencias de su tiempo mediante las tres funciones que justifican su razón de ser: docencia, investigación y transferencia. La primera ha existido siempre, aunque ahora se vaya orientando cada vez más a la “teleenseñanza”; la segunda se ha incorporado con posterioridad, como demuestra el hecho de que un elevadísimo porcentaje de las investigaciones se llevan a cabo en las universidades y en los institutos que albergan en su seno; la transferencia, por su parte, constituye un buen motor de crecimiento y empleo. Escindir un ministerio en dos –Universidades por un lado y Ciencia e Innovación por otro-- sin mayor justificación que los repartos de carteras para contentar a los nuevos socios podemitas exaltados al consejo de ministros, resulta nefasto y contraproducente. Por el momento, los nuevos modelos de tasas universitarias no parecen haber convencido a una buena parte de la comunidad universitaria. La bajada de notas para la obtención de becas, tampoco.
Con el ministro actual estamos en los albores de otra reforma, ese “tejer y destejer la tela de Penélope” de nuestra enseñanza superior, que decía Unamuno. Sea como fuere, daremos un margen hasta ver cómo discurren las cosas. Mientras tanto, sigue siendo válido lo que le decía en 1914 Luis Maldonado, rector de Salamanca y senador por esta provincia, al ministro Bergamín a propósito de la destitución de don Miguel: “Los ministros pasan y las universidades quedan”. Esperemos que al final quede algo de ellas.
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