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Hoy aparece en LA GACETA un artículo que hace el redondo número de 400 en la serie que desde 2005 me viene publicando. Permitidme un ... desahogo sentimental con este motivo. Desde siempre me he considerado charro por los cuatro costados y he “salmantineado” lo mío por la España a la que me ha llevado el trajín de trabajador que tuvo que abandonar su terruño a los 19 años. Para entonces ya presumía y era tan chulo que decidí llegar a este mundo el día 8 de setiembre, el día de la festividad de la Virgen de la Vega, Patrona de Salamanca. Y ese es el motivo de que hubiera tanta fiesta con cohetes, fuegos artificiales, Padre Lucas y demás parafernalia ferial, porque había nacido yo, según creí en mi más tierna infancia. Como pronto se “cachó el estaribel” que me había montado, tuve que buscar otro motivo para demostrar que soy más salmantino que nadie. Pues ¡hale, a buscar!
Me remonto al siglo XII y me encuentro con que la Orden de san Benito construye un suntuoso monasterio en el Teso del Almendro, pegado a la muralla y desde el Portillo hacia el río. Cuando la francesada es bombardeado y destruido siendo sus ruinas objeto de la desamortización de Mendizábal de 1836 expropiando los bienes de la Iglesia y vendiéndolos al mejor postor. Propiedad del Ayuntamiento, en 1839 se venden piedras y madera por 93.900 reales a la empresa que va a construir la plaza de toros del Campo de san Francisco, en terrenos anejos al palacio de Monterrey, (donde luego las Adoratrices) y que fue inaugurada en 1840, prestando servicio durante 21 años.
Una gran parte de los terrenos donde estuvo el monasterio son adquiridos hacia 1880 por la firma “Campo e Hijos” de la calle de San Pablo, 7 al 11, comercio de hierros, ferretería y quincalla, heredado de la antigua abacería de José Manuel Campo. Construyen unos suntuosos jardines y unas amplias naves pegadas a la muralla, para almacenamiento de los materiales de su negocio, entre ellos grano, a partir del Portillo de san Vicente.
En la segunda década del pasado siglo alquilan las naves al empresario bilbilitano, Sebastián Hernández Pérez (coincidencia de apellidos) para fábrica de galletas, dulces y caramelos “La Salmantina”. La vivienda del guarda y portero de la finca se encuentra situada junto a la muralla al final de las naves hacia el río, a unos 150 metros del Portillo y es el señor Fernando Pérez, antiguo sastre en Robliza de Cojos de su tocayo Fernando Pérez, el ganadero y segundo patriarca de la saga de los Tabernero: Argimiro, Graciliano, Antonio, Alipio y Felicidad. El portero era mi abuelo y en esa vivienda me trajo al mundo mi madre en 1929, siendo trabajadora en la fábrica de galletas.
Por eso me causa extrañeza que tanto Antonio Blanco González, como Juan Jesús Padilla Fernández, Cristina Alario García y Carlos Macarro Alcalde, estén trabajando con tanto ahínco, tesón y denuedo para localizar “La Cuna de Salamanca” con lo fácil que lo tienen. Con solo levantar un monumento “en mármoles de oro” que dijo aquel y colocar la inscripción: EN LA CUNA DEL PROCER, JOSE MARIA HERNANDEZ PEREZ, NACIO SALAMANCA, todo solucionado.
Chuflas aparte, lo cierto es que puedo presumir de ser la única persona que, desde el siglo XII, ha nacido en “La Cuna de Salamanca”, pues mi hermana mayor nació en las casuchas adosadas al exterior de la muralla y mi hermano pequeño en la calle de la Estrella. La huerta de san Vicente, en la década de los cuarenta, fue ocupada por el ingeniero e industrial francés Amílcar Ferrón Drouin, con su factoría para la reducción y beneficio del estaño y más tarde por el Colegio Mayor Hispano Americano dependiente de la Universidad Pontificia con sus ocho pabellones y la iglesia de Santiago Apóstol para vocaciones tardías, donde se fundieron el colegio que con este nombre dirigía Vicente Puchol desde 1946 en España, 30 y el san Juan Evangelista del Secretario de Cámara del obispo Barbado Viejo, Avelino López de Castro, de Gibraltar 6, en 1947. El Colegio Mayor fue demolido en 2005.
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