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En otra época había un bar en el cruce de Tentenecio y Vera Cruz que se llamaba Bullón donde recalábamos gente rara que andábamos por ... la noche al revés, como decía Patxi Andión en su fantástica “Samaritana”, que era una canción que se pinchaba mucho en la máquina de discos de la casa y parecía escrita para bohemios ¿Qué habrá sido de ella? Porque Andión era un cantante que le ponía banda sonora a esos años setenta y a aquellas vidas, y al que censuraban letras de canciones que hoy son poesía, escritas con sensibilidad y mala leche, pero sin nada que ver con las de esos Chicos del Maíz, interesadamente provocadores y ofensivos, porque, al fin y al cabo, son tan industria como la hija de la Pantoja. Sabíamos de memoria “El maestro” y entendíamos muy bien lo que decía, y lo que me pregunto es si la censura también. Había canciones que eran historias en las que te gustaría estar: “Con toda la mar detrás”, “Compañera”, “A quién le importará”, “Rogelio”... Si hoy escucho “Canción para un niño de calle” me acuerdo también de mis amigas las Santero, con su rastrillo en la Purísima, intentando sacar algo para su aventura infantil hondureña. Pase si tiene tiempo, eche una mano, celebre el Día de la Solidaridad Humana. En las canciones de Andión había vida, y filosofía de esa de andar por la vida, como cuando cantaba -“Nos pasarán la cuenta”- que somos penas y dolor, peldaños y por eso, al escalar, pisamos al que queda detrás”. Canciones que eran crónicas, como la que dedicó al rastro madrileño, que le debe tanto como a Andrés Trapiello o Pío Baroja, por ejemplo, lo mismo que el fumique a Sara Montiel, que esta noche es nuestra Guadalupe Lancho en el Liceo. Bienvenida a casa, reina. Bueno, pues eso, que con la noticia de su forzado silencio he recordado a aquel bar sencillo, de sillas y mesas de formica, hechas para la partida, los chatos y la conversación, con pocas botellas tras la barra y manchada que se compartía en el Patio Chico, con vistas a las ruinas de la casa de los Lis, que no imaginaban entonces que serían museo, y a las que solo cantaba Aníbal Núñez, que veía más que los demás. Hoy, el coro Francisco de Salinas canta en el Museo de Art Decó su concierto de Navidad para los Amigos de la Casa Lis, antes de que se vayan de cena navideña. Los chavales deberían escuchar más a Patxi Andión y menos reguetón y a Chicos del Maíz, a los que protege el Código Penal, y lo saben.
Recuerdo al Bullón y los alrededores de noche, con viento y humedad. Será que no lo conocí de otra forma. Un viento que se metía por la capucha y daba la vuelta por la nuca dejándote helado. Aquí, en Salamanca, tenemos espacios donde el viento campa a sus anchas. Hay una calle del Aire, por su torre, pero hay otra de los “tres coños” y uno de ellos es por el viento. Entre el Nacimiento de la Catedral y la lápida de Ángel Seseña con el cervantino “Salamanca que enhechiza” corre siempre un viento casi polar, que alborota los pelos y hace exclamar el famoso vaya “airón”, que dicen nuestros mayores. El viento de estas horas ha sacudido con fuerza a los árboles mientras la lluvia recordaba por qué a la Vaguada de la Palma se le llama así. En la calle Ancha confluían arroyos de la ciudad que formaban un auténtico río, que espeluznaba a los vecinos más humildes de la ciudad. Cualquiera de ellos hubiese sido un buen personaje para una canción de Patxi Andión, al que ya le habrán pasado la cuenta, como decía en uno de sus temas, como nos la pasarán a todos.
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