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Piensen ustedes en los políticos más irreconciliables que puedan imaginarse en cualquier parte del mundo. Alguien que, por ejemplo, tenga por costumbre acusar a su ... oponente político de ser un perfecto y completo narcoterrorista. Es decir, como Guaidó a Maduro, mismamente. Y piensen ustedes también en alguien que a su vez responda a esas acusaciones denunciando a su adversario directamente de ser además de un prófugo de la justicia un criminal que nada menos tiene entre ceja y ceja asesinarle en cuanto se den las circunstancias para ello. Es decir, como Maduro y Guaidó. Pues bien, estos dos elementos de imposible reconciliación, se avinieron a firmar la semana pasada un acuerdo para luchar juntos contra la pandemia del coronavirus.
¿Se imaginan ahora a qué nivel hemos llegado en España con nuestros actuales políticos que ni en los momentos más dramáticos y terribles de la pandemia han sido capaces, como le pedían la mayoría de los ciudadanos, de aparcar sus peleas electoralistas y de ponerse de acuerdo para algo tan elemental y necesario como luchar juntos contra un monstruo tan voraz y dañino para todos como el coronavirus? ¿O para intentar tomar las medidas más adecuadas para reanimar la economía que este desastre sanitario está provocando en todo el país? ¿Comprenden la disparatada espiral de inquina y animadversión en la que están entrando nuestras eminentes señorías acusándose unos a otros de ser, entre otras cosas, los verdaderos causantes de tantos muertos, que ya ni son capaces de acercarse a lo que no han tenido inconveniente en firmar los más irreconciliables enemigos que puedan existir en un gobierno y una oposición?
El problema de tener los políticos más broncas y macarras del universo es que ese cultivo permanente del odio y la inquina que con tanto pundonor practican nuestras distinguidas señorías, está empezando a contagiar al público que les escucha creyendo que están asistiendo a un simple intercambio de argumentos y opiniones respetables, cultivadas y educadas y que lo hacen sin tener la higiénica y conveniente precaución de ponerse unos buenos tapones en los oídos y una mascarilla para no respirar tanto veneno y tanta crispación como la que a diario lanzan sobre las alfombras de nuestro salones de estar.
Y no, de esto sí que no nos advirtió ninguna autoridad sanitaria.
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