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De nuevo nos vemos acaparando harina y papel higiénico, como si no hubiera un mañana. No habrá olvidado que la harina estuvo en el top ... de los productos más vendidos en el estado de alarma porque nos dimos a la panadería y repostería por encima de nuestras posibilidades, haciendo de cada casa una tahona o un obrador de pastelería. Y también por encima de nuestras posibilidades vaciamos estantes de papel higiénico con la voracidad de las langostas. Saquemos otra vez el rodillo y la levadura para esas largas noches que nos esperan en casa bajo toque de queda, que es una expresión terrible de nuestros días como confinamiento perimetral, estado de alerta, colapso sanitario... que un día tras otros sueltan Casado e Igea en sus comparecencias, como sermón de aparato para las pupilas de la Mancebía o de San Vicente Ferrer contra los pecadores. Noches de bizcochos, tartas y galletas caseras, cuando lo casero se impone. De hecho, el otoño es muy dado a lo casero, porque es la estación de los primeros guisos de cuchara, y la cuchara nos traslada a la cocina doméstica, pero también a los sopistas y sopones, como los de Torres Villarroel, que alumbraron a nuestros tunos. Llevaban una cuchara en el cinto como otros portaban una daga, una cuchara para el bodrio, aquella sopa inventada en Esparta y “perfeccionada” en los conventos salmantinos y en la casa de Cabra, el inolvidable personaje de “El Buscón” de Quevedo. Sobras de sopa, mendrugos, verduras y legumbres, dice nuestro Diccionario de la Lengua que lleva el bodrio, que de entrada suena bien, pero... Era un guiso mal aderezado, como el discurso del voxero Santiago Abascal, cuya moción de censura contra Pedro Sánchez ha encumbrado a Pablo Casado. La política, a veces, tiene estas cosas, pero esto es harina de otro costal.
Hace un siglo, con LA GACETA recién nacida, no había harina por la especulación del trigo y el pan estaba por las nubes y las amas de casa se manifestaron y los guardias no tuvieron contemplaciones con ellas, lo que hizo que sus maridos salieran también a la calle en defensa de sus mujeres, se liara Troya cerca de nuestro Mercado de Abastos... y el gobernador civil lo pasara mal. Pero esto es historia, hoy estamos en reencontrarnos con el panadero que descubrimos dentro de cada uno en primavera, a colocarnos de nuevo con el olor a masa horneada, salvo que uno tenga el mal de Lucía Dominguín o el Covid19 le haya dejado sin gusto ni olfato, y a poner unos kilos con las hornadas domésticas. No hará gracia a nuestros profesionales esta intrusión en su gremio, como tampoco a nuestros fruteros tanto huerto aficionado y una lonja al lado, como acaba de anunciar el Ayuntamiento que quiere hacer. Supongo que el alcalde, Carlos García Carbayo, esto lo tiene controlado.
Yo entiendo bien esa afición nuestra por la harina. Lázaro nació en un molino del Tormes, cuyas aguas movieron el de la harinera del Sur, que luego ha sido casino, y era hijo de molineros. Aun hoy se ven restos de molinos en pueblos y ríos, de otros nada queda, como de aquellas fábricas de la capital salmantina, como la de Santa Elena, de los hermanos Capdevila. La harina corre por nuestras venas como consecuencia de tanto cereal que nos envuelve. Veneramos el pan como algo sagrado, también civilmente, como ya recogía el Fuero. Y qué decir del hornazo, cuya existencia debemos a la harina y al horno. O de Garrido, que comenzó a ser barrio en el horno de Santiago Bermejo.
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