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Niños abusados

Martes, 21 de septiembre 2021, 05:00

La historia del abuso de la hija de Bárbara Rey es más terrible, si cabe, porque haber sido comunicada desde la tele, no solo al ... público en general, sino también a su propia madre. Si yo fuera la madre de la chica abusada, ahora estaría rota por las costuras y para siempre. Por haber recibido la noticia al tiempo que media España y por no haberme dado cuenta en su momento y no haber sido capaz de proteger a mi criatura de un monstruo cercano. Sin embargo, más allá del espectáculo mediático que me espeluzna y me lleva a considerar si se debería de regular de algún modo, sé muy bien, porque sigo de cerca el True crime (para eso dirijo la colección Sinficción de la editorial Alrevés), que son muchos más los abusos a menores de los que llegamos a conocer, y también muchos más de los que jamás llegan a percibir los propios padres. Lamentablemente, además de algunos progenitores -que también los hay- los abusadores de los pequeños suelen ser, en su mayoría, personas muy cercanas a los niños: familiares, amigos “casi de la familia” o esos otros personajes que marcan de manera definitiva a los chicos cuando andan formándose: los profesores, los entrenadores, los guías espirituales y tanta gente que se arroba la potestad de ser “luz y guía” de los que andan buscando su lugar de pertenencia en esos años difíciles de la niñez y la adolescencia. Es pavoroso pensar que entre todas esas personas con rostros confiables que rodean a nuestros hijos en el gimnasio, la panadería, la iglesia o las clases de inglés se puede esconder una cantidad de malvados tan apabullante como para que tengamos que mantenernos alerta. Pero la realidad, siempre mucho más abrupta, desconsiderada y cruel que la ficción, es capaz de demostrarnos una y mil veces que la maldad está igual de presente en aquellos que no tienen rostros de malos que entre aquellos que los portan. Es más, somos tan ingenuos que cuando vemos a alguien distinto o, por qué no decirlo, menos bello, siempre pensamos que, seguramente, será peor que aquel que se parece a nosotros o que nos regala la belleza de su faz; pero un asesino es “cualquiera de nosotros justo antes de cometer un crimen”, como decía Simenon, y sobre todo lo es, y con mucha mayor peligrosidad, ese que sabe hacerse el hueco justo al lado de aquel de quien quiere abusar.

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