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En pleno puente de la Virgen de agosto el mes está ya volcado, como decían antiguamente en el campo cuando la primera quincena anunciaba la ... segunda. Con este calor agostizo, que hace que los grillos nos deleiten con sus cantos nocturnos, hago una reflexión, de la que estoy convencida, muchos de ustedes también se han hecho. Ahora que nos tienen entretenidos con las medidas que ha aprobado el Gobierno para ahorro energético, no puedo por menos que recordar una buena parte de mi vida y en la que además fui tremendamente feliz, pues lejos de quejarme continuamente, agradecía al cielo mi buena suerte.
Este ojo que observa creció en una España donde no existía el aire acondicionado; donde en la casa paterna se nos educaba a no encender luces ni consumir agua innecesariamente; mi madre -hija de la submeseta sur- sabía manejar el calor inmenso del verano aireando la casa de madrugada “con la fresca” para, antes de las 11, cerrarla a cal y canto hasta la noche; en la casa de mis abuelos la pieza fundamental del portal de entrada era el botijo, que en la penumbra general, se ofrecía a los que de fuera accedían a la casa; las neveras eran piezas especiales usadas para los alimentos más necesarios y el resto se guardaba en la “fresquera”, que no era ni más ni menos que un cuarto que siempre tenía las ventanas entornadas y ubicado a norte; la compra se hacía a diario lo que permitía ahorrar, pues se compraba lo necesario y se mantenían menos cosas; los coches se utilizaban muy poco y recuerdo que mi padre lo usaba solo para viajes largos y algún día de fiesta muy especial para ir al campo, pero poco más y por supuesto solo había un coche en la mayoría de las casas; cuando en verano íbamos a la compra, en ninguna tienda había aire acondicionado y eran las cortinas húmedas, las que refrescaban el aire caldo que entraba; existía una pieza que usaban los señores en verano “la sahariana” que, con un sombrero, les hacía siempre ir arreglados y frescos; las luces de la calle eran más bien escasas, pero había mucha seguridad, pues el alguacil del pueblo siempre andaba de ronda... podría escribirles un libro de los usos y costumbres en las que yo crecí y en las que me educaron diciéndome que el privilegio era tener de todo sin racionamiento y vivir en paz. Es verdad que prosperamos como país y que yo jamás tuve inquietudes políticas ni las viví, por lo que mis recuerdos son de un tiempo de libertad absoluta y de respeto infinito al conocimiento de mis mayores.
No vean en mis palabras nostalgia, solo piensen que con los avances y el consumo desorbitado hemos perdido una manera extraordinaria de relacionarnos con nuestro propio medio, olvidando la tipología de vivienda y el uso de materiales naturales, que para nada están reñidos con la tecnología.
Lo de antes no debía de ser tan malo, cuando nos están llevando a ello.
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