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Hubo un tiempo en el que a los médicos se les trataba como si fueran dioses y, a decir de algunos pacientes, ellos se comportaban como tales. Hay que entenderlo: en sus manos quedaba lo más importante que tenemos: la salud. El bienestar. La vida.
En el origen de todo, fueron considerados magos y hasta se les persiguió por ser brujos. Solo cuando la ciencia se incorporó al pensamiento por encima de la religión (en algunos lugares del mundo, en otros la religión sigue por delante de la ciencia y de todo lo demás), se les empezó a mirar casi como si fueran sabios y se depositaron en ellos las máximas esperanzas.
¿Cómo no hacerlo, si aunque no lo supieran todo, la diferencia entre que hubiera un médico o no lo hubiera podía ser vivir o morir?
Con el paso de los años y los siglos, la profesionalización de la medicina, su especialización y el hecho de que sus cuidados formen parte de la rutina de las sociedades desarrolladas ha llevado a que se respete a los galenos, pero no se les tema ni se les venere. Tal vez es la medida justa.
Pero resulta que se ha llegado a la extraña conclusión de que, precisamente por la relevancia de su trabajo, por tener ese don de sanar, han de ser tan vocacionales como para olvidarse de todo lo demás.
Y los médicos no son dioses, pero tampoco santos. Solo son médicos, que ya es bastante. Se les puede pedir que se dejen la piel en su trabajo, que no dejen de formarse, que traten a los pacientes con humanidad..., pero no que se olviden de su vida para ocuparse solo de la de los demás. Un médico, por serlo, no tiene que aceptar todas las guardias y destinos que le propongan, ni resignarse a tener unas pésimas condiciones de trabajo y un sueldo miserable.
Por eso tantos de ellos acaban compatibilizando la medicina pública con la privada o abandonando del todo la primera para dedicarse a la segunda o para marcharse fuera de España, donde ganan mucho más y cuentan con mejores condiciones.
Que los políticos pretendan que aguanten todo lo que ellos decidan (no tener tiempo para ver pacientes, sueldos exiguos, horas de guardia a razón de 20 euros, etc) en vez de buscar mejores opciones que ofrecerles, es una barbaridad. La misma que pretender que el problema es solo madrileño.
Lo es de una sanidad española, con competencias transferidas a 17 comunidades donde se pretende que los médicos, como son tan necesarios, aceptarán cualquier cosa. Y no lo harán. Porque no son dioses, ni santos. Solo son esos médicos que nos hacen tanta falta. Y se irán.
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