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La Navidad ha comenzado a hacerse led en las calles, con sus símbolos cada vez más alejados del espíritu de la celebración cristiana. Todo son ... renos importados de Finlandia y papás noeles añosos, sonrientes, barbudos y barrigones que trepan parpadeantes por los balcones o se pasean en trineos de neón. Me sorprende que las peleonas ministras de la era Sánchez aún no hayan exigido un cambio de género para ellos y obligado a raparles la barba, inflarles el pecho o ensancharles las caderas. Pero todo llegará. Por ese empeño en la igualdad, en la paridad y en ir en contra de todo lo establecido. Por ese empeño de Sánchez en no llevar la contraria a los del equipo, para que no se sientan coaccionados y que cada uno lleve a la práctica sus disparates y fanfarrias, como le dé la real gana. Todo con tal de que él pueda seguir cruzando los cielos en falcon y celebrando sus sueños, a pata suelta y en el colchón monclovita. Todo con tal de hacer de las fiestas navideñas un maratón laico de luces, para deslumbrar a la ciudadanía y que esta no pueda ver la España que está detrás, desnortada, confundida, caótica y a oscuras. No, eso a Pedro Sánchez no le interesa. Porque míster ‘president’ sabe que para gobernar necesita un pueblo cada día más tonto, alucinado y ciego.

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