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Insulto e indulto son palabras casi iguales. Solo una letra las separa, aunque su significado sea tan diferente. A nadie se le había ocurrido igualarlas porque no tienen nada que ver. Hasta que este Gobierno, capaz de tantas cosas, ha intentado justificar el indulto con ... un insulto a la inteligencia de los ciudadanos.
Fue el nada añorado Pablo Iglesias el primero que llamó a “naturalizar el insulto” a los periodistas, desde la sala de prensa del Palacio de la Moncloa. Al contrario de lo que el ex vicepresidente pensaba, naturalizar no significa normalizar, aunque él quisiera hacerlo con los informadores que le sonaban críticos. Esta semana ha sido el ministro de Justicia el que ha rescatado el mismo vocablo como comodín. Hay que ver “con naturalidad los indultos”, ha dicho.
Naturalizar para este Gobierno significa hacer normal lo anormal, convertir una barbaridad en un trámite o justificar una tropelía por su presunta necesidad. La naturalidad es el bálsamo para convertir el disparate en irremediable o para presentar una insensatez como un acto de cordura. La corriente naturalizadora consiste en abandonar cualquier principio, si es a cambio de los votos necesarios para seguir en el poder. Da igual lo que haya que hacer. Si hay que sacar a los cabecillas del procés de la cárcel, se les saca. Si hay que adaptar el código penal para el fugado Puigdemont y para futuros intentos de rebelión, se adapta. Y si el presidente tiene que relacionar una sentencia unánime del Supremo, con la revancha o la venganza, se relaciona. No hay límites, si el fin es la Moncloa.
La indulgencia es una prerrogativa para reparar la injusticia, no para que los socios puedan esquivar a los tribunales. Sánchez le va a abrir las puertas de la cárcel a quienes han desafiado la Constitución, se han saltado la ley y han sido corruptos malversando el dinero público para propagar su ideología. El presidente va a dar la libertad a quienes llevan años coartando la de millones de ciudadanos. Baste recordar que en Cataluña un negocio no puede rotular en castellano, por poner solo un ejemplo.
El caso es cometer los atropellos con naturalidad, sin que parezcan algo extraño. A eso el diccionario lo llama sofisma y significa “razón o argumento falso con apariencia de verdad”. El independentismo los conoce muy bien, porque lleva años manejándolos. El “derecho a decidir”, los “presos políticos” o el “España nos roba”, son sofismas repetidos hasta la saciedad, para intentar darles aspecto de autenticidad.
Ellos saben que el lenguaje es un arma fundamental para adoctrinar y también para disfrazar la realidad. Y en esto último han contagiado al Gobierno de la Nación. Liberar a los cabecillas del procés no es normal, ni es un acto de justicia. “Fiat iustitia, ruat caelum”, “hágase justicia aunque caigan los cielos”, decían los romanos. Lo saben muy bien los tres jueces que son ministros. Indúltenlos para pagar su apoyo, pero a mí no me insulten tratando de naturalizarlo.
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