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Durante mis dos años como corresponsal en Colombia, tuve ocasión de enamorarme del español que se hablaba en Bogotá: dulce como la guayaba madura y ... musical como el acordeón de Alejo. Era un español inmaculado y exquisito, sin una palabra malsonante, que iba arrastrándose, suavemente, a medida que viajabas hacia el paisa antioqueño. Ahora forma parte de lo que algunos quieren denominar “ñamericano”. No termino de entender por qué. A nadie se le ocurre cambiar de nombre al inglés, aunque sea desde Estados Unidos y no desde Inglaterra donde esta lengua ha conquistado la cultura global. También oigo hablar últimamente del “spanglish”, supuestamente un paso evolutivo el en que convergen el inglés y el español en una suerte de fornicio léxico y morfológico, que se abre paso en el avance del siglo XXI. No debe escandalizarnos. Las lenguas son seres vivos que nacen, crecen, se reproducen y mueren. Lo que hoy son hablas, acentos o texturas bien pueden mañana tornar en sistemas lingüísticos efectivos para una nueva comunicación y una nueva forma de entender y expresar la existencia. Y sin duda en el mestizaje más apasionado hunde sus raíces la evolución. No nos pongamos puristas. Al fin y al cabo, antes de ser español fue romance, una degeneración del latín a ojos del Imperio, y terminó dando a luz una obra universalmente incontestable como el Quijote.”El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda”, pone Cervantes en boca del licenciado, camino a las bodas de Camacho.
Lo cierto es que al español en América debemos agradecerle el imparable florecimiento de nuestra lengua. No sólo es que en las calles de Nueva York se hable español y en español se escuchen los avisos por megafonía en sus estaciones de metro, sino que incluso en Washington DC te atienden hoy en español en muchas ventanillas. También escucho a menudo a jóvenes alemanes tararear las canciones de mi archifamosa tocaya, con un chistosísimo deje y seguramente sin entender una palabra de lo que dicen, así como nosotros, en la adolescencia, buceábamos en las letras de Depeche Mode, The Smiths o de Duran Duran. Es bailando como se adentra uno en la lengua ajena para hacerla propia.
A lo que voy es que Salamanca, como maestra por excelencia del español, no haría bien en enrocarse en nuestro castellano excelso y no figurar a la cabeza del registro, estudio y acompañamiento de estos desarrollos de la lengua. Si nace un diccionario de “ñamericano”, que sea en la Universidad de Salamanca. Si una gramática del “spanglish”, que sea charra. Después ya veremos si cuajan o no estos fenómenos lingüísticos, pero mientras tanto permanezcamos en la vanguardia.
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