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Cada vez que oigo la palabra nacionalismo me echo a temblar. Porque un concepto que en sí mismo no tendría por qué ser negativo, se ... transforma en algo perverso en la boca de quienes lo asocian a principios tales como autodeterminación, supremacismo o racismo. Y me viene a la mente lo que Stefan Zweig escribiera en El mundo de ayer, obra póstuma publicada en 1942. Para el autor austriaco el nacionalismo era una de las mayores pestes envenenadoras de la cultura europea, junto con las otras tres grandes ideologías de masas: el fascismo italiano, el nazismo alemán y el bolchevismo soviético. Tres años más tarde, George Orwell definiría el nacionalismo como sed de poder mitigada por el autoengaño.
En España hemos sufrido los efectos de esta nefasta ideología durante décadas de cruel terrorismo en el País Vasco, y ahora estamos ante otra versión, de momento menos violenta, en Cataluña. Cuando escucho a los jerifaltes de esa comunidad autónoma defender el referéndum, la independencia y la amnistía como premisas para el tan traído y llevado diálogo, me pregunto de qué madera están hechas esas gentes que viven en un perpetuo delirio, y qué es lo que tienen entre oreja y oreja tantos supuestamente respetables hombres de negocios y tantos políticos del “tres per cent”, que durante décadas se han estado forrando, primero en pesetas y luego en euros. Y hasta qué punto ha llegado la desidia –cuando no la complicidad-- de los gobiernos que lo han permitido y han hecho la vista gorda a cambio de unos miserables votos para asegurar los presupuestos y la permanencia en el poder. Difícil debe de resultar digerir tantas y tan seguidas humillaciones como tienen que tragar en esa mesa de “diálogo” mensual a la que están atornillados (Rufián dixit) quienes debieran velar por la igualdad de los españoles y por la eliminación de privilegios.
Quienes más claros tienen sus ideales políticos son los de la CUP. Ellos quieren irse de España, de Europa y me atrevería a decir que hasta de Cataluña y del mundo. No engañan a nadie. Lo suyo es apretar y menear el árbol de las nueces (catalanas en esta ocasión). Repasando periódicos antiguos me encuentro con un artículo de La Voz de Cantabria de abril de 1932 que recogía, a su vez, unas citas de otro periódico madrileño (El Sol). El articulista se hacía eco de un mitin catalanista en el que se habían producido alborotos provocados por “personas políticamente inadaptadas” –¿acaso los abuelos de la CUP?-- situadas en la radicalidad política. Y prosigue el texto, repito, de 1932: “Su labor se produce al margen de todo gobierno, estatuto y autonomía... Cataluña tendrá mañana soberanía plena y completa independencia, y estos grupos pedirán, exigirán, más”. Alguien debería haber aprendido la lección a estas alturas.
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