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Todas las ciudades tienen un submundo, un inframundo, bajo la superficie por donde discurre otra vida no muy conocida. En ese subsuelo existen laberintos y ... galerías que, además de transportar en la actualidad kilométricas tuberías y cableados, ocultan toda una red de infraestructuras a las que el ciudadano normal raramente tiene acceso. Los arqueólogos han descubierto caminos subterráneos y pasadizos por donde desde la antigüedad discurría una parte de la vida ciudadana, acaso la menos vistosa, por la que fluían aguas, potables unas veces y portadoras de detritus, desperdicios y suciedades, otras. En Salamanca, Vicente Sierra Puparelli ha explorado con su cámara fotográfica una gran cantidad de estancias, covachuelas, pozos y pasadizos pertenecientes a las diversas etapas históricas de la ciudad, las cuales muestran un patrimonio poco conocido, pero sumamente esclarecedor acerca de la vida y costumbres de nuestros antepasados. Hoy los sistemas de desagües, saneamientos y alcantarillados nos ponen a resguardo de efluvios, hedores y pestilencias, pero sabemos que en tiempos no tan lejanos las aguas fecales, portadoras de miasmas, virus y bacterias, discurrían por canales y arroyuelos en plena vía pública. Allí iban a parar los contenidos de lavaderos, fregaderos, estercoleros y hasta los desechos domésticos. Cubrir estos cauces insalubres constituyó un gran avance en beneficio de la salud comunal, hasta el punto de disminuir la frecuencia de pestes y pandemias que cada cierto tiempo asolaban los núcleos urbanos. Dominique Laporte nos explica en su Histoire de la merde (1978) que los desechos han generado tantas cavilaciones como el sexo. Y es que la mierda da mucho que hablar. Este psiquiatra francés explora las transformaciones que los desechos humanos operaron en el sujeto moderno, en la configuración de los estados y hasta sus efectos en el desarrollo las relaciones productivas y en el capitalismo. Los excrementos son, pues, una parte importante del ciclo vital. Antiguamente, los muladares, albañales, sentinas, cloacas y pozos negros eran espacios hostiles, alejados de las ciudades, pestilentes y carentes de interés económico, salvo la parte susceptible de convertirse en abonos. Hoy día, aun situándolos lejos de las zonas pobladas, se reciclan, generan energía, experimentan transformaciones útiles para usos industriales y agrícolas. En otras palabras, la mierda se ha domesticado hasta el punto de que ya ni siquiera el campo huele a boñiga y los viejos orinales quedan para museos o se contemplan como curiosidades arrumbadas en rastros y tiendas de antigüedades. No sé si fue Kant quien dijo que la belleza no tiene olor. El dinero, tampoco (pecunia non olet, que decía el clásico). No obstante, algunos se empeñen en lavarlo una y otra vez.

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