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LAS mujeres afganas son como las demás. Tienen el mismo corazón y las mismas ganas de amar y ser amadas. Solo su suerte es diferente. Han nacido en un país que las condena desde el mismo momento en el que nacen. No pueden estudiar, hacer ... deporte, hacerse fotos, llevar pantalones, viajar en autobús... Ni siquiera pueden reírse o dejar que un extraño escuche su voz. Su vida no es vida tras esos burkas que son cárceles y si no tienen marido o se quedan viudas, su existencia está condenada a una caridad en la calle sin lavarse o cambiarse de ropa jamás.

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