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Caraduras, egoístas, falsos, incompetentes, insensatos, inútiles, irresponsables, mentirosos, niñatos, oportunistas. En orden alfabético, este podría ser una especie de “top 10” de los calificativos más ... comunes aplicados en estos días a los responsables del bochornoso bloqueo político que sufrimos, que en tantos aspectos paraliza el funcionamiento de las administraciones públicas y priva al país de la dirección que cabe esperar de un gobierno digno de ese nombre. Indignado con tales personajes, tentado estuve de dedicar estas líneas a sumarme a los lamentos por este gran fracaso colectivo. Hasta de echar leña al fuego advirtiendo de la pesadilla de la ¿nueva? campaña electoral que nos espera en los próximos meses, con el previsible bombardeo de consignas que parecen dar por supuesta la estupidez de los receptores. Pensé que podría poner incluso, profesión obliga, unas dosis adicionales de negrura en este panorama sombrío, evocando el precedente histórico de la monarquía liberal de Alfonso XIII, hace más o menos cien años, cuando España vivió la época conocida como “la crisis del sistema de la Restauración”. Hubo entonces, en un contexto de inestabilidad gubernamental y fragmentación parlamentaria, elecciones a Cortes en 1914, en 1916, en 1918, en 1919, en 1920 y en 1923, seis en menos de una década, cinco en apenas cuatro años. Y lo que vino después fue para echarse a temblar: la dictadura de Primo de Rivera (1923), la II República (1931), la Guerra Civil (1936) y la dictadura franquista (hasta 1975), o sea, una acumulación de desastres y desengaños que retrasó durante décadas la conclusión del proceso de transición desde el liberalismo a la democracia que la Restauración había abierto pero no consiguió cerrar.

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