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España limita al sur con una vergüenza, nos decía el profesor de Formación del Espíritu Nacional, aquella asignatura que se suponía nos iba a formar ... para la ciudadanía, es decir, que con ella íbamos a comprender mejor el entorno sociopolítico asentado a la luz de los principios inmutables y fundamentales del Movimiento. La verdad es que mis educadores durante esos adolescentes años no ponían mucho énfasis en la materia que llamábamos “Política” y que, por otra parte, era una “maría” y todo el mundo la aprobaba. A ellos lo que les interesaba era que creciéramos con las tres eses de sanos, santos y sabios (no sé si por ese orden). La vergüenza sureña era, obviamente, Gibraltar. Así lo había proclamado, creo, Ruiz de Alda, uno de los pioneros de la aviación española y cofundador de la Falange. Ignoro si ese sentimiento patriótico, tantas veces mencionado y manipulado, sigue vigente entre nuestros diplomáticos por el hecho de la Colonia de la Corona Británica haya pasado a denominarse Territorio Británico de Ultramar, que suena como más fino. Pura estrategia eufemística.
Pero si Gibraltar es una vergüenza, ¿qué apelativo debemos otorgarle a la frontera con Marruecos, en especial a los linderos terrestres y/o marítimos que delimitan las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla? Porque puede que esas dos ciudades sean una vergüenza para el moro Mojamé. No en vano las ha reivindicado para sí en incontables ocasiones, lo mismo que las islas Canarias, con el pretexto de que, en puridad geográfica, son africanas. El pequeño detalle que olvida el moro es que su nación tiene cuatro días como quien dice, mientras que los territorios que reclama cuando se cabrea llevan siglos siendo parte de la nación española.
Las relaciones con el imprevisible (o no tanto) vecino del sur siempre han sido delicadas, cuando no conflictivas. Ya Franco tuvo un pálpito y despachó a la guardia mora, tan vistosa y colorista en los desfiles. No se fiaba de sus antiguos y fieles aliados, los mismos que vieron la debilidad del dictador en su lecho postrero y le organizaron una casi póstuma marcha verde entre alaridos reivindicativos. Y tanto debieron de gritar que hicieron recular a la legión, a los regulares y a todo quisque vestido de soldado bajo el mando escasamente glorioso del general Gómez Salazar. Desde entonces, ahí sigue el problema saharaui con la inicial complacencia de Hasán II, el ideólogo estratega que lo diseñó, y de su legítimo heredero que continúa en la brecha. Y, de rebote, viene todo lo demás.
El Mojamé de ahora es listo, algo taimado y, a su manera, hábil político. Y como se percata de la tibieza europea y de la bisoñez que exhibe la diplomacia española, actúa en consecuencia y manda mucho ahí abajo. Bonito y barato, paisa. O sea, manda como Dios manda.
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