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Andan ahora los rectores españoles dilucidando en la CRUE si en el próximo ministerio va a haber galgos o podencos (o zopencos), en el sentido ... de si las universidades van a quedar disociadas de la investigación. Dos ministerios en liza con competencias solapadas y funcionamientos poco eficientes. Son disquisiciones que no deberían producirse ya a estas alturas porque perjudicarán al sistema universitario, o para ser más exactos, a las universidades propiamente dichas, es decir, aquellas con un fuerte componente investigador, además de las lógicas obligaciones docentes y de transferencia. El resto son centros de educación de la señorita Pepys mal llamados universidades.
Pero volviendo al asunto que les quita el sueño a los miembros de la conferencia rectoral, no creo que lleguen en sus largas noches en blanco a las pesadillas del futuro presidente de un gobierno inspirado en la novela de Mary Shelley, esa en la que Victor Frankenstein da vida a un monstruo fabricado a base de retazos de morgue y cerebros de cotolengo.
Separar investigación y universidades es aberrante. La mayor parte de las investigaciones que se llevan a cabo en España se realizan en los centros e institutos universitarios que combinan la docencia, la investigación y la transferencia de los resultados a la sociedad (que es la que paga, por cierto). Si no fuera simplificar mucho, me atrevería a decir que el buen profesor no debería enseñar más que aquello sobre lo que investiga, y los departamentos de innovación de las empresas tendrían que trabajar codo con codo con las universidades a fin de contribuir entre todos al desarrollo y, en definitiva, al progreso.
Pero si el número de ministerios tiene que ampliarse para dar cabida a las más variopintas componendas y satisfacer así a tanto paniaguado como aspira a sentarse a la mesa del consejo de ministros, me temo que la muchedumbre ministril no va a caber en ninguna sala de la Moncloa. Tantos son los aspirantes a ocupar un lugar en la tabla redonda del rey Arturo en ese Camelot monclovita entre cuyas paredes se cuece el devenir de un pluripaís resignado y expectante.
Los rectores velan y los gobiernos autonómicos se desvelan imaginando futuras leyes universitarias que singularicen sus taifas respectivas. El Gobierno central quiere hacer universidades más flexibles; el Gobierno vasco firma contratos-programa con las tres que le son propias; el de Madrid anuncia una nueva ley que incluya ciencia e innovación juntas; en Murcia se replantean la financiación universitaria; las universidades catalanas, como siempre, a lo suyo “pel sí”. Llegados a este punto, yo solo pido un ministro que conozca las cuatro reglas y sepa escribir su nombre sin faltas de ortografía. Que no es poco en estos tiempos.
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