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Continúa sin ser fiesta la fecha más celebrada por los salmantinos de la capital, el Lunes de Aguas. Mañana. Pocos se quedan en casa y ... de un tiempo acá el Tormes se ha convertido de nuevo en el gran escenario de la fiesta, sobre todo por parte de los más jóvenes. Escenario, también, del mito de las pupilas de la Casa de la Mancebía retornando en barcas decoradas con ramas de su retiro cuaresmal y siendo recibidas con todos los honores. Ya sé lo que me dice. Francisco Fernández Villegas, escritor salmantino del XIX, en su libro “Salamanca a fondo”, se refería a aquellas pupilas como “venus que tenían que salir de las espumas del Tormes, como de las aguas del mar de Chipre había salido su patrona la traviesa esposa del pacientísimo Vulcano” y con las faltas en cinta, o sea, remangadas. Mientras, la gente le daba a la “cazuela cuajada”, que era la merienda clásica de aquel Lunes de Aguas, “la parte gastronómica de aquella romería o más bien “ramería” que aún se conserva en la ciudad del Tormes”. Del hornazo ni una palabra. Sin entrar en detalles, aquella cazuela cuajada era bastante similar al relleno del cocido de nuestros días. Si me dan a elegir prefiero el hornazo: cada cosa en su sitio. Que aquellas mozas retozasen en el agua o bailasen en ella como los mozos de Alaraz en tan señalado día, puede ser, pero el “pasar las aguas”, que dice en su diario Girolamo de Sommaia parece que era porque cruzaban el Puente Romano para la correspondiente misa —última oportunidad de arrepentimiento—antes de volver al ejercicio en fila ordenada. Puede que tras la misa celebrasen con sus clientes y amigos, dentro y fuera del agua, la salida de la mortificante cuaresma. Y puede que el poeta José Iglesias de la Casa escribiese ese paso por el Puente, pero no encontré el texto.

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