Menos humos y jaranas y más libros
Lunes, 17 de agosto 2020, 05:00
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Lunes, 17 de agosto 2020, 05:00
Vivimos en un país enfermo. Y no solo por la COVID-19. Más bien el virus ha aflorado otras patologías congénitas. Esta crisis ha demostrado ... que nuestra escala de prioridades es perversa. Se ha antepuesto la economía a la salud, cuando no hay mayor pobreza que la generada por una sociedad doliente mental y físicamente. Se ha criticado la prudencia, una virtud indispensable cuando hablamos de vidas humanas. Los riesgos, para los pilotos de Fórmula 1. Se ha ninguneado a los expertos, con comités que ni tan siquiera existían.
Pero el colmo de la ignominia es la decisión de anteponer la jarana a los libros. De ser laxo con las peñas y los botellones y no dudar en abrir las discotecas —para luego cerrarlas— pero titubear con hacer lo propio con los colegios. Estoy avergonzado. No niego el derecho que tienen los empresarios de la noche a comer y ganar dinero, ni el de los jóvenes a divertirse. Pero no está de más recordar que vivimos una situación excepcional. Que muchas cosas que eran normales, ahora no tienen cabida. Toca reinventarse como lo hicieron los que vendían carretes de fotos y habrá que compensar si es preciso a los dueños de los locales que han cerrado. Ofrecer alternativas de ocio a esos jóvenes que están liderando los contagios. Pero hay una cosa muy clara: si en una determinada actividad no es posible usar mascarilla ni mantener la distancia de seguridad, hay que plantearse si podemos asumir ese riesgo. ¿Merece la pena asumirlo para que los jóvenes se ‘mamen’? ¿Merece la pena para que los niños vayan al colegio? Cualquier persona sensata no tendría duda en responder afirmativa o negativamente a estas preguntas.
Es responsabilidad de nuestros gobernantes lograr que el regreso a las clases se produzca con las mayores medidas de seguridad. Ya ha quedado claro que la indecente ministra Celaá ha pasado olímpicamente del asunto. Ha hecho una vergonzosa dejación de funciones ayudada por este caótico Estado de las Autonomías que permite que haya 17 ‘sistemas’ educativos. Por decencia y dignidad debería dimitir si no es capaz de dar una respuesta unitaria. Con Celaá o sin ella, hay que echar el resto en los días que quedan hasta la vuelta al cole para lograr un retorno con garantías. Si hay que triplicar la contratación de profesores, adelante. Es muy complicado dar con una fórmula perfecta, pero hay cuestiones indudables. Cuanto menor sea la ratio profesor-alumno, las posibilidades de contagio se reducirán. Es una inversión que, a la larga, supone un menor gasto si tenemos que volver a cerrar las aulas y mandar a los niños a casa.
Algunos parecen confiarlo todo a la educación a distancia. Es fundamental pulir este mecanismo y perfeccionarlo. Pero jamás un ordenador va a sustituir a las clases presenciales. Todos los educadores coinciden en señalar que son un refuerzo muy útil, pero simplemente eso. Un refuerzo.
En España somos amantes del cortoplacismo. Esa es la única forma de explicar que nos afanemos en volver a poner en marcha la economía, pero sin embargo nos la traiga al pairo que la educación viva un parón de casi un año.
Los rebrotes no invitan al optimismo, y más cuando muchos tienen un origen similar. Nos hemos dedicado a montar nochebuenas anticipadas con cuarenta y la abuela, aunque la abuela acabe bajo tierra. Nos hemos pasado por el forro la recomendación de tener los menores contactos posibles. Nuestros gobernantes han tardado mucho en hacer caso a los expertos con el peligro del tabaco en las terrazas. Sería bueno extender esa prohibición sine die y erradicar de nuestras calles esa droga inmunda.
“¿Acaso no tenemos derecho a divertirnos y olvidarnos de esta pesadilla?”, se preguntan muchos. Claro que sí, faltaría más. Pero hay un sinfín de actividades que podemos seguir realizando y que nos proporcionan esparcimiento. Parece que, si un chaval de 18 años no sale de fiesta cada día, está malgastando su vida. Que, si no se reúne en comandita en la peña durante el verano, va a estar frustrado para los restos. Hemos creado una tabla de prioridades tan pérfida que ha tenido que llegar la COVID-19 para darnos una bofetada y decirnos: “¡qué coño estáis haciendo!”.
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