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Cuenta Eurípides cómo su Medea, al saberse traicionada por su esposo Jasón, tras prometerse éste en matrimonio con Glauce, hija de Creonte, decide asesinarla regalándole ... una corona y un peplo, que le causan una muerte horrible con el mero contacto. No satisfecha con este castigo infringido a su marido traidor, decide, además, matar a sus propios hijos. Esta figura femenina de la tragedia del poeta griego es la parricida en la que vemos el reflejo de las muchas mujeres que han asesinado a sus vástagos a lo largo de la historia. La última, presuntamente, Adriana Ugueto, posible autora del homicidio de su hija de cinco años, la semana pasada, tal vez -aún se desconoce- con la ayuda de la abuela de la niña. Aunque en nuestro país los niños asesinados por sus madres o madrastras no aparecen en los recuentos de las listas de violencia de género, donde solo se contabilizan los que mueren a manos de sus padres, lo cierto es que parece que el número de asesinados por sus progenitoras supera al de los asesinados por sus progenitores. El diario El Mundo publicó en 2018, a raíz del asesinato de Gabriel Cruz, que 22 madres y tres madrastras habían matado en tres años a sus hijos e hijastros. La cifra de niños asfixiados, arrojados por una ventana, golpeados e incluso acuchillados por las mujeres, ascendía a 28, desde recién nacidos a chicos y chicas de 12 años. En ese mismo período, 20 padres, parejas o ex parejas de las madres, mataron a 24 niños.
Ayer mismo, hablando con algunos amigos, me ratificaban que desconocían la cifra de los asesinatos perpetrados por las madres. Y no es raro, porque la de los cometidos por los padres es oficial, por encuadrarse dentro de la violencia de género, pero la de las madres, no. Más allá de que esto nos lleve a tener que revisar una Ley que sin duda es imprescindible, pero que resulta poco igualitaria para hombres y mujeres, esto nos conduce a la terrible reflexión de que, en nuestra sociedad, parece que se quiere esconder bajo de la alfombra la terrible violencia que sufren los menores. Importa poco si los hombres o las mujeres matan a sus hijos por problemas psicológicos, por “miedo a que sufran” o por venganza; lo cierto es que les quitan la vida solos o tantas veces en eso que se llama “suicidio ampliado” -es decir, al tiempo que se matan a ellos mismos-, sin que sus muertes, en muchas ocasiones (casi siempre cuando son perpetradas por mujeres que se suicidan con ellos) tengan recorrido judicial. Si a todos estos crímenes sumamos los de los bebés nacidos arrojados a los contenedores -casi siempre por las madres, pero a veces obligadas por los padres- la cifra del horror debería encendernos todas las luces de alerta. Por lo que se ve, en nuestro país los niños no están a salvo en muchas más ocasiones de las que creemos, ni con sus padres, ni con sus madres. Es imprescindible que le dedicamos el mismo tiempo y atención a esta violencia que a la que sufren tantas mujeres. Porque los niños están aún más desprotegidos que ellas y a veces es el propio maltrato a sus madres por parte de sus padres el que se traduce en su propio maltrato por parte de ambos.
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