Mayoría de edad con trampa
Lunes, 7 de diciembre 2020, 04:00
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Lunes, 7 de diciembre 2020, 04:00
Por primera vez desde que comenzó la pandemia nuestros gobernantes nos han tratado como a personas mayores de edad. Creen que ya no necesitamos ni ... tutelas ni tu tías para afrontar la primera Navidad de la era COVID. Han pensado que los nueve meses de calvario que llevamos vividos son suficientes para que la lección esté bien aprendida. Es un arma de doble filo. España no se puede permitir una tercera ola como la segunda. Entre otras cosas porque partiríamos de una cifra de hospitalizados y una incidencia demasiado elevadas. Sería una situación muy diferente a la del verano, cuando en los meses de junio y julio hubo un pequeño respiro que permitió coger algunas fuerzas. Nos vamos a lanzar a la piscina navideña con unas medidas demasiado laxas y con más de 200 muertos diarios sobre la mesa. Vamos a jugar con fuego y nos han confiado en nosotros, en nuestra mayoría de edad, el manejo de un barco donde escasean tanto el combustible como los víveres y que se acerca a un invierno repleto de icebergs.
Las medidas que salieron del Consejo Interterritorial de Salud de la pasada semana son una especie de “que sea lo que Dios quiera”. La cuestión no es que en una casa se puedan juntar seis o diez. Que el toque de queda acabe a la 1:00 o a la 1:30. Ni tan siquiera si solo se debería viajar para ver a familiares o también es lícito incluir a los manidos allegados. La clave radica en actuar con más responsabilidad que nunca encontrando la armonía entre la protección de nuestros mayores y su acompañamiento para no agravar más la soledad que ha provocado la pandemia. ¿Cómo se consigue esto? Es sencillo. Haciendo un esfuerzo. Sacrificándonos para que esa alegre cena de Nochebuena no se convierta en un funeral en Reyes. En primer lugar con cuarentenas previas. Intentar limitar al máximo nuestros contactos los diez días anteriores a ver a ese familiar que forma parte de población de riesgo. Test y pruebas PCR en origen para viajar “limpios”. Llevo diciendo varios días que el problema no va a ser las cenas de Nochebuena sino las cañas de Nochebuena. Todo se va al traste si los contactos se multiplican con amigos, conocidos, allegados y demás hierbas. Claro que habrá ganas de verlos al igual que a la familia. Pero en eso consiste la mayoría de edad.
Los expertos también hablan de reuniones al aire libre o en lugares muy ventilados. Y si no vamos a ser capaces de cumplir todo, es mejor seguir el consejo del profesor especialista en enfermedades infecciosas Juan Antonio Pineda: “Es preferible pasar una Navidad sin contacto con un familiar que arriesgarse a perderlo para siempre”. Es duro y triste, pero pensemos por una vez en el futuro y no seamos tan cortoplacistas. En los últimos días han muerto en el Hospital de Salamanca pacientes de coronavirus aparentemente recuperados y que iban a ser dados de alta, pero que de repente sufrieron un trombo que les segó la vida. En lugar de pintar una Navidad de turrones, peladillas y villancicos, contamos esas historias. Mostremos machaconamente las crudas imágenes de las UCI. Nueve meses hemos tardado en difundir las primeras. Parece que si no las enseñábamos, los muertos y los enfermos se iban a esfumar. Hagamos una campaña en televisión tan cruda como las de la DGT en sus mejores tiempos. Impactemos y removamos conciencias. Yo no quiero un presidente indigno que solo salga a atragantarnos las comidas de los domingos con su ego para lanzar mensajes grandilocuentes y para dar falsas buenas noticias. Queremos un Gobierno que, ahora sí, nos meta un chute de realidad. Así lo ha venido haciendo la Junta de Castilla y León, por ejemplo. Advirtiendo de todo a lo que nos exponíamos sin maquillajes. Como el joven que alcanza los 18. Feliz por las libertades que adquiere, pero bien advertido por sus padres de los deberes que asume.
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