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Había comenzado a hacerme ilusiones. He escuchado tantas maravillas sobre ChatGPT que por un momento pensé que tenía la vida resuelta. Varios expertos de confianza ... sospechan que en breve terminará con el mundo educativo tal y como lo conocemos ahora, porque el prototipo de chatbot que OpenAI ha publicado en abierto, entre otras muchas capacidades, puede generar redacciones, discursos, resúmenes, guiones, incluso anuncios publicitarios y poemas a partir solamente de unas míseras indicaciones. A mis expertos les preocupa que los sistemas educativos vigentes no sean ya capaces de enseñar a los alumnos nada que estos no puedan conseguir pulsando enter y en mi cerebro se había encendido por un instante una brillante y maligna lucecita de gandulería. Me veía ya en el sofá, con los pies en alto y una copa de Ribera Duero joven en la mano, dando las órdenes pertinentes a Alfred, el nombre del mayordomo de Batman con el que, en mi imaginación, había bautizado ya al engendro. “Alfred, escriba por favor un artículo de opinión para La Gaceta que exprese que me huele a chamusquina que el presidente de la patronal, el mismo que justificó los indultos de ETA en aras de la normalización, abandone ahora su régimen de autónomo para pasar a ser asalariado con 400.000 euros brutos al año. Sin personalismos, porque no tengo nada personal contra ese señor, pero que aporte datos sobre la indefensión en la que bregan los autónomos sin adalid que los represente”. Según la publicidad de OpenAI, no tendría yo más que firmar y echarme a dormir. “Alfred, tenga la bondad, 650 palabras para admitir que estoy enamorada hasta las trancas de la ciudad de Salamanca, pero que eso no me impide ver que su mentalidad funcionarial impide que ponga en juego todo el potencial de su sabiduría y su excelsa espiritualidad”. Como ven, yo le hablaría de usted a la herramienta para marcar distancias. No fuera a ser que acabase tomando demasiadas confianzas. Y siempre con mucha educación, aunque haga solo honor a su apellido “artificial” pero no a su nombre de pila “inteligencia”. No me parece particularmente inteligente algo a lo que hay que dar tales indicaciones, esas que a las más o menos inteligencias, pero completamente naturales, nos sobran para enjuiciar con ojo crítico la realidad que percibimos. “Alfred, ¿sería tan amable de resumir en un párrafo comprensible la teoría de la relatividad para explicar que esta legislatura se me está haciendo eterna? Y lo incluye en otro artículo, con el apasionado inconformismo de García Regalado y el verbo rayo láser de F. Peláez, que quiero parecerme a ellos”.
La tentación era muy grande, pero no lo suficiente como para descargar en mi ordenador la quimera de ChatGPT, más que nada porque las descargas en abierto me producen tanto asquito como las fundas de almohada de los pisos turísticos. Tampoco iba a quedarme de brazos cruzados, así que opté por ver qué se cocía en el seminario organizado para el servicio de educación pública del cantón de Ginebra, en Suiza, y mi decepción no ha podido ser mayor. Es cierto que Alfred, perdón: ChatGPT, es una herramienta de predicción de texto que no comete errores ortográficos y capaz de producir escritos que dan la impresión de haber surgido de la mente humana, pero apenas comencé a cacharrear con ella, mis anhelos de ociosidad se han ido al traste. Le pedí que felicitase al profesor Vicente Sierra por el descubrimiento de la Salamanca Subterránea, que buscase información sobre las galerías descubiertas bajo el atrio de la Catedral, y me llevó a Guanajuato. Le sugerí referencias literarias para avalar la idea de que el amor por la España rural, que hoy viene a ser la esperanza en la España vacía, no tiene nada que ver con partidos políticos, y resultó que no había leído a Delibes. Le encargué una invitación para la fiesta del CODEX y quería llevarme a la página web de un primo suyo, una herramienta automatizada de redacción de código fuente. Un fracaso en toda regla. Adiós a mi sueño de asueto. Sigo condenada al humano vértigo de la página en blanco.
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