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Sesteando andaba, después de haber disfrutado de los colores del otoño durante una excursión mañanera a la Garganta del Oso en Candelario, cuando me saltó una alarma en la que se informaba de que mi dilecto y nunca bien ponderado presidente se disponía a martirizarnos ... con otra homilía de las suyas, vespertina y dominguera. ¿A cuento de qué?, me dije entre sueños. ¿Qué habrá pasado para que este hombre trabaje en domingo? ¿Nos echará de menos?
Sí, no me llamen tonto, sé que hay mil cosas mejores y más productivas que hacer, pero por eso de que uno es periodista, me dispuse –no sin antes masajear mis sienes- a tragármela. Entre bostezo y bostezo, pude enterarme de que el presi, como gran estadista que es, asistió a una reunión virtual del G20. Bien es cierto que no quiso darse importancia. A su enorme papel en la cumbre internacional solo le dedicó apenas 10 minutos de su extensa intervención. A tenor de sus palabras, debimos tener un enorme peso específico en el encuentro internacional. Es normal, los líderes mundiales se han dado cuenta de nuestra brillante gestión de la pandemia y van a aplicar el modelo español a partir de ahora para doblegar al coronavirus. Fijo.
Luego me pareció oír una de esas frases que te obligan a darle a rebobinar al cerebro. “Nadie estará totalmente seguro hasta que el mundo esté seguro”, dijo. En un primer momento pensé que era Rajoy quien hablaba. Pero al instante me di cuenta de que el registrador debería estar dando un paseo, aprovechando la bonanza de este noviembre atípico, como ya hizo durante el confinamiento que mantenía encerrado en casa al resto de los mortales.
Prosiguió Pedro Sánchez con su tono circunspecto para anunciarnos que estas Navidades van a ser “diferentes”. No te amola el profeta. Miedo me dio escucharlo. Y hasta me despertó del sopor. Falta exactamente un mes para el comienzo de estas entrañables fiestas familiares y la insinuación presidencial me produjo una enorme zozobra. ¿A que no nos dejan movernos de casa otra vez...?
Menos mal que a renglón seguido sus palabras consiguieron tranquilizarme. Vamos a tener un plan de vacunación, ¿sabían? No hay vacuna autorizada todavía, pero contamos con un plan de vacunación. Por primera vez en la historia de esta maldita pandemia vamos por delante. Nada menos que 13.000 puntos de vacunación va a haber en España, explicó con concreción. ¡Oh, casualidad! Más o menos el mismo número de centros de salud que existen distribuidos por el país. La estrategia ha sido diseñada por un grupo de expertos multidisciplinar -toménselo con todas las reservas, ya saben la relación entre Sánchez y los expertos invisibles- y va a ser única para toda la nación. Es decir, después de soltar el marrón de la gestión de la pandemia a las comunidades autónomas y que cada una de ellas haya aplicado unas medidas diferentes con las que han vuelto loco al personal, ahora la vacunación -o sea, la solución que todos esperamos- estará en manos del Gobierno. Un lince, el tío.
Hace tiempo escuché al aventurero y emprendedor Albert Bosch, en una de esas conferencias que pululan por la web en referencia al liderazgo empresarial, que hacía falta menos cronómetro y más brújula. Es decir, ante la vorágine que nos tiene totalmente desorientados con datos, medidas, estudios sin contrastar, necesitamos esa pausa, esa reflexión, esa idea clara de hacia dónde vamos encaminando todos nuestros esfuerzos.
Y la sensación que me queda de la intervención de nuestro presidente y de alguna otra que he oído de líderes más cercanos es que se centran en los cronómetros -medidas restrictivas sin sentido, sin armonía, contradictorias muchas veces- y nada en la brújula que debería guiarnos hacial el final de este túnel. Y así nos va.
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