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Antonio Mario Bretón Matheu, nacido el 30 de noviembre de 1880 en Madrid, era hijo del célebre músico salmantino Tomás Bretón, estudió en el Instituto ... Cardenal Cisneros y cursó la carrera de Ingeniero, aunque derivara a la música, como su padre. Fue Director de la banda municipal de música de Santander entre 1912 y 1921, banda que había fundado Inocencio Haedo Fernández (casado con Francisca Candelaria Ganza) aprovechando los recursos de la banda municipal de la Casa de la Caridad el 20 de octubre de 1881 y de la que fue Director entre 1881 y 1892, presentando su Reglamento en 1887 y teniendo que salir desterrado por sus ideas republicanas, recalando en Zamora en 1895 con sus 18 hijos. Años más tarde opositó a la plaza de Profesor de Música y Director de la banda provincial de Salamanca, donde formaron el Tribunal examinador: Esteban Jiménez, Felipe Espino, Fernando Sánchez de la Peña y Dámaso Ledesma, compitiendo con los mejores músicos de la ciudad: Agustín Soler León, Cristino Maldonado Rojo, Gonzalo María García, Juan Calles, Miguel Rodríguez, que se retiró en el tercer ejercicio y Luis Martín García y Miguel Santa Fe, que no se presentaron y aprobando el 2 de marzo de 1904, para ejercer durante cerca de treinta años, pidiendo una licencia el 30 de julio de 1924.
Mario Bretón inventó un pequeño aparato para evitar los choques de trenes y pese a su buena voluntad y empeño, pasó por una verdadera odisea, no logrando que su invento se convirtiera en realidad. El 6 de marzo de 1919, en uno de los salones de la Academia de San Fernando, hizo la demostración de un sencillo aparato electromagnético, para evitar los choques entre trenes circulando en sentido contrario, entre uno parado y el otro en movimiento e incluso el encuentro entre dos que viajan en el mismo sentido de la marcha y también incluyó los cruces de líneas.
Se trataba de un aparato instalado en una caja de 25 cm cúbicos y que colocado en el frontal de las locomotoras hacía imposible los choques de trenes. No intervenían las estaciones para nada, ni se exigía la intervención humana pues funcionaba automáticamente, al tiempo que daba aviso a los maquinistas por medio de unos cartelitos y hacía sonar un timbre de alarma. Para los tramos de vía ya construidos únicamente sería preciso instalar en el centro de la vía un pequeño raíl de 2 cm.
El día 8 se hicieron las pruebas de gabinete ante el ingeniero señor Torres Quevedo y la Comisión Técnica del Ministerio de Fomento que dieron el problema por resuelto, felicitando al autor. Ahora solo restaba que el Gobierno dispusiera la realización de las pruebas oficiales y en caso satisfactorio obligara a las compañías de ferrocarriles a su implantación. Se efectuaron unas pruebas en la estación del Norte y no se conocieron más noticias sobre el particular. Pasó el tiempo sin hacer la prueba definitiva enfrentando a dos locomotoras y el inventor se vio en la tesitura de que expirara el plazo que le concedía la patente y pudiera aprovecharse cualquier desaprensivo de su invento.
Pensó en “irse con la música a otra parte”, él que tanto sabía de tal menester y presentó en otras naciones su invención esperando un mayor reconocimiento. Calculaba que con 5.000 pesetas tendría bastante para hacer las pruebas y llevadas a cabo, demostrando la exactitud de sus cálculos, nada más fácil que la explotación o la venta de la patente, por lo que la sociedad que se crease a tal efecto, quedaría pagada y premiada con exceso.
Si la prueba fracasase, la pérdida individual no sería muy considerable y no ocasionaría la ruina de nadie y el único perjudicado sería él como inventor que vería echadas por tierra sus ilusiones y perdidos, sin remedio, el esfuerzo, los trabajos y las noches de vigilia.
No se comercializó el invento, por lo que al fallecimiento de Mario en Santander el 11 de mayo de 1923, su viuda lo llevó a Estados Unidos. Su padre falleció el mismo año, el 2 de diciembre, en Madrid.
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