Aplausos y felicitaciones, alegría y júbilo porque es el final de la guerra. El final de una guerra, de cualquier guerra, siempre es motivo de alegría, pero también ha de ser motivo de cuestionamiento. Desgraciadamente no estamos muy por la labor de cuestionarnos nada o casi nada, preferimos normalizar o mirar hacia otro lado e incluso tendemos a relativizar restando importancia a situaciones francamente dolorosas. Eso sin tener en cuenta la manera de frivolizar que algunas personas practican creyéndose graciosas. La guerra, cualquier guerra, deja tras de sí mucho dolor, mucha tristeza, mucho sufrimiento, mucha angustia, muchos muertos y heridos... en definitiva, mucha destrucción. Todos sabemos que la guerra existe desde el principio de los tiempos y hemos de preguntarnos si desgraciadamente la única manera de erradicar la guerra es erradicar la humanidad. Quizá sea la solución, pero indudablemente no es la mejor solución. Tal vez una alternativa sea erradicar no la humanidad, sino la falta de humanidad, claro que para eso hay que ampliar la visión así como los horizontes. No es el mejor momento, pero es el momento, de lo contrario el diagnóstico puede ser peligroso y el pronóstico catastrófico. Cierto es que, mientras unos ven sus vidas hechas escombros otros ven vida y, lo que es peor, negocio en esos escombros. No son pocos los que, como buitres, como auténticos carroñeros esperan agazapados para saltar al terreno de juego. Porque para muchos la guerra es eso, un juego, un juego de caprichos y de intereses, un juego de caprichosos y de interesados. A esos niveles ya no se habla de personas, se habla de números, de resultados, de beneficios, de pérdidas y de ganancias. Quizá pensar en esa guerra, en cualquier guerra, podría motivarnos a resolver otras guerras más cercanas, más personales. Porque no son pocas las guerras cotidianas en las que nos vemos envueltos y que condicionan nuestras vidas. No podemos permanecer ajenos a ninguna guerra, sea cual sea, no podemos ponernos de perfil ni comportarnos como auténticos Tancredos. No hay ninguna guerra que pueda resultarnos lejana, no caben las distancias en el dolor y en el sufrimiento. Tampoco podemos permanecer ajenos ni guardar silencio ante batallas que resultan incómodas e incomodan, por ejemplo situaciones de violencia o cuando menos desagradables, que se solucionarían con una intervención socio sanitaria adecuada. Desgraciadamente decir que no hay medios suficientes es una respuesta que no soluciona nada. Me refiero a los hechos relatados en prensa acerca de «un hombre de carácter conflictivo» que amenazó a alguien diciéndole que le iba a descargar el revólver en la cabeza, a mí me amenazó con apuñalarme o reventarme a puñetazos. El individuo será problemático, pero lo verdaderamente problemático es no saber cómo abordar la situación. Es hora de hablar de la guerra de la salud mental, una realidad cada vez más visible y más preocupante, que genera mucho dolor y angustia a propios y cercanos. Continuará...

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